No inclinasteis vuestro oído. (Jeremías 35:15)
Jonatán estaba listo para salir. Con la mano en el picaporte de la puerta, le gritó a su mamá, quien estaba ocupada en el piso de arriba:
—Mamá, ¿puedo ir a jugar con Máximo, por favor?
—Primero termina tus deberes, luego puedes ir, le respondió ella.
Cosa extraña, el oído del niño solo captó el final de la frase: «Puedes ir». Y se fue a la casa de su amigo. ¿Terminó sus deberes? Para nada, ni siquiera los había comenzado. Sin embargo, su madre había utilizado el mismo tono de voz cuando dijo: «Primero termina tus deberes». Pero Jonatán solo prestó oídos a medias, y ¡entendió lo que le convenía! La forma en que comprendió la respuesta fue falseada por su deseo de ir a la casa de su amigo. Hizo bien en pedir permiso, pero desobedeció a su madre…
Hermanos, ¿actuamos como Jonatán? ¿De qué manera escuchamos lo que Dios nos dice? Porque a veces solemos elegir los textos bíblicos que nos convienen, evitando aquellos que no encajan en nuestros planes. Como Jonatán, practicamos una «escucha selectiva» a la Palabra de Dios. Puede que alguno lo haga de manera inconsciente, pero son muchos los que toman solo las partes que le gustan de las Escrituras.
Le pedimos a Dios que nos muestre lo que le agrada, no obstante, ¿estamos siempre dispuestos a escuchar su respuesta, cualquiera que sea? Es que, a veces, pareciera que escuchamos como «a distancia» y comprendemos «lo que nos conviene». Porque, en realidad, ya hemos decidido por nuestra cuenta.
Hermanos, si queremos escuchar bien su respuesta, debemos acercarnos a Él, primeramente, por medio de la oración. Puesto que si buscamos su voluntad, de corazón, Él nos la dará a conocer. Bien nos dice su Palabra:
Clama a mí, y yo te responderé, y te enseñaré cosas grandes y ocultas que tú no conoces. (Jeremías 33:3)
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