Tendrán apariencia de piedad, pero negarán la eficacia de ella. (2 Timoteo 3:5)
Hoy en día se fabrican flores artificiales muy parecidas a las naturales, pero si uno observa atentamente, como regla general, permite distinguir una flor verdadera de una falsa. Sin embargo, los insectos no se equivocan. Usted nunca verá una abeja o un abejorro chupando una flor artificial.
Entre los cristianos también hay falsos y verdaderos, así lo dijo el Señor (Mateo 13:27, 30). Y así como las flores artificiales, los «pseudo-cristianos» pueden parecerse a los verdaderos cristianos, sin que por ello tengan la vida de Dios. Porque esto es lo que hace realmente la diferencia. Una verdadera flor proviene de una planta viva; alimentada por sus raíces, ha crecido días tras días. Una flor artificial no tiene vida, solo apariencia. Claro, a nosotros nos pueden engañar, pero no a Dios, porque bien dice su Palabra:
El Señor no mira lo que mira el hombre; pues el hombre mira lo que está delante de sus ojos, pero el Señor mira el corazón. (1 Samuel 16:7)
¿Tengo la vida de Dios? ¿Mi cristianismo es el resultado de una relación viva con Dios, o no es más que una fachada hecha de tradiciones, de actitudes y de comportamientos religiosos? Cada uno de los que dicen ser cristianos debe hacerse estas preguntas, tal como dijo Pablo: «Examinaos a vosotros mismos si estáis en la fe; probaos a vosotros mismos. ¿O no os conocéis a vosotros mismos, que Jesucristo está en vosotros, a menos que estéis reprobados?» (2 Corintios 13:5).
Si usted no tiene la vida de Dios, Él lo invita a reconocer su estado de muerte espiritual y a recibir la vida: «El que cree en el Hijo de Dios, tiene el testimonio en sí mismo… Dios nos ha dado vida eterna; y esta vida está en su Hijo» (1 Juan 5:10-11). «Que echen mano de la vida eterna» (1 Timoteo 6:19).
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