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Hacer limpieza en nuestras vidas



Lavaos y limpiaos; quitad la iniquidad de vuestras obras de delante de mis ojos; dejad de hacer lo malo; aprended a hacer el bien; buscad el juicio. (Isaías 1:16–17)


Muchas veces, nosotros, los creyentes, nos aferramos a cosas de nuestra vida pasada que le agradan al viejo hombre. Puede ser algo escondido en un lugar secreto de nuestro corazón, o quizás es un archivo que guardamos en la computadora o en el celular; podría ser una imagen mental que secretamente atesoramos. Estos «tesoros», son cosas que sabemos que realmente no deberíamos darle lugar en nuestras vidas, porque no agradan al Señor, pero, aun así, las conservamos. Cuando esto pasa, hay que hacer una limpieza en la vida como la que hizo el rey Ezequías, uno de los reyes de Judá. En 2 Reyes 18:1–8, se nos relata como limpio su reino de la idolatría. Él trató de remover todo lo que era de detrimento espiritual para su gente. Una de las cosas que destruyó, fue la serpiente de bronce que Moisés erigió en el desierto siglos antes. 


Uno podría imaginar el diálogo que tuvieron algunos con el rey acerca de la serpiente de bronce: «Pero, rey Ezequías, ¿vas a quebrar eso en pedazos? Tiene una rica historia. Tiene gran valor arqueológico y es una pieza del pasado. Hemos guardado esta serpiente de bronce con nosotros por siglos, desde que Moisés la puso en un poste y la gente fue sanada de las mordeduras de las serpientes. Por eso la respetamos profundamente». Al final, ¿qué hizo el rey Ezequías? La hizo pedazos, porque hasta entonces le quemaban incienso los hijos de Israel, y la llamaban Nehustán, que significa, cosa de bronce (2 Reyes 18:4). En otras palabras, no era más que un tropiezo en sus vidas espirituales.


Nuestros corazones y mentes, muchas veces, pueden tratar de argumentar para que no los limpiemos de aquello que no agrada a Dios, dándonos muchas «razones de peso». Sin embargo, no podemos andar arrastrando «nehustanes» si es que queremos vivir vidas que agraden a Dios. Es bueno que nos preguntemos: ¿hay algo en mi vida que me esté estorbando espiritualmente? Si la respuesta es sí, debemos seguir el ejemplo de Ezequías y eliminar aquello de nuestras vidas, sin dejar rastro alguno. Necesitamos decir como David:


Lávame más y más de mi maldad, y límpiame de mi pecado. Porque yo reconozco mis rebeliones, y mi pecado está siempre delante de mí. (Salmos 51:2–3)

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