Acordaos de las maravillas que él ha hecho, de sus prodigios y de los juicios de su boca. (1 Crónicas 16:12)
Como creyentes, vivimos en un mundo lleno de distracciones: Las preocupaciones diarias, los desafíos, y las ocupaciones, pueden desviar nuestra atención de lo más importante, que es la obra perfecta de Cristo en la cruz. Recordar constantemente lo que el Señor Jesús hizo por nosotros no es solo un acto de gratitud, sino una necesidad espiritual que fortalece nuestra fe y nos mantiene centrados en nuestra esperanza eterna.
El escritor de Hebreos nos exhorta, diciendo: «Puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe, el cual por el gozo puesto delante de él sufrió la cruz, menospreciando el oprobio, y se sentó a la diestra del trono de Dios» (Hebreos 12:2). Cuando recordamos a Cristo y su sacrificio, nuestros corazones se llenan de ánimo para seguir adelante, incluso en medio de las pruebas.
Por otro lado, el apóstol Pablo escribió: «Dad gracias en todo, porque esta es la voluntad de Dios para con vosotros en Cristo Jesús» (1 Tesalonicenses 5:18). Cuando meditamos en la cruz y en el precio que Jesús pagó, nuestras almas se llenan de gratitud. Es imposible recordar su amor sacrificial sin que brote de nosotros un corazón agradecido. Esta gratitud, a su vez, nos guarda de la queja, el desánimo y la duda.
Ahora, la obra de Cristo no es algo que impacte nuestras vidas solo en el momento de la salvación, sino que su poder transformador es diario. Su Palabra nos dice: «De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas» (2 Corintios 5:17)
Por tanto, cuando mantenemos viva en nuestra mente la obra de Cristo, somos renovados constantemente en nuestra identidad y propósito. Recordar quiénes somos en Él nos impulsa a vivir en santidad y obediencia, pues esto no es un acto meramente intelectual, por en contrario, es un ejercicio espiritual que nos fortalece, nos guarda, nos renueva y nos llena de esperanza.
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