Deje el impío su camino, y el hombre inicuo sus pensamientos, y vuélvase al Señor, el cual tendrá de él misericordia, y al Dios nuestro, el cual será amplio en perdonar. (Isaías 55:7)
Las heridas de la vida son numerosas para muchos de nosotros. Profundas y penetrantes, como la muerte de un ser querido, el divorcio, la injusticia, el maltrato, la violencia, el desempleo, etc. a menudo dejan huellas mal cicatrizadas. Las heridas, como la culpa, favorecen el sentimiento de rechazo, de abandono, y todo un cortejo de turbación: angustia, depresión, etc. sin olvidar el sentimiento de soledad. Así, ¿quién no necesita sanación y perdón? La Biblia declara que Dios sana a los de corazón quebrantado y venda sus heridas (Salmo 147:3). Dios es el único y verdadero refugio para los que sufren.
Su amor fue demostrado cuando el Señor Jesús vino a la tierra para llevar nuestros dolores (Isaías 53:4). Aún más, en la cruz tomó sobre sí mismo el castigo que merecían nuestros pecados. Solo Jesucristo es la fuente de la vida y de la paz; es el único que puede librar y consolar. Los sufrimientos de la vida deberían empujarnos a los brazos de Dios, porque Él «Vuelve el desierto en estanques de aguas, y la tierra seca en manantiales» (Salmo 107:35), a su lado, incluso una prisión es cambiado en lugar de gozo.
Lo primero que necesitamos para gozar de esta sanidad es el perdón de Dios. El Señor Jesús lo adquirió para nosotros en la cruz. Así que, no deje que el pasado lo detenga y venga al que puede colmar todas sus aspiraciones: perdón, verdad, purificación, consuelo. Dios tiene proyectos de paz para todos los que ponen su confianza en Él.
Cuando entendemos que «Él (Dios) es quien hace la llaga, y él la vendará; Él hiere, y sus manos curan» (Job 5:18), entonces podremos experimentar la verdadera sanidad que traen sus manos sobre nuestros corazones y vidas. No dejemos de acercarnos a Cristo en busca de esta sanidad, pues Él desea hacernos el bien.
Porque yo sé los pensamientos que tengo acerca de vosotros, dice Jehová, pensamientos de paz, y no de mal, para daros el fin que esperáis. (Jeremías 29:11)
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