Ninguno de cuantos esperan en ti será confundido. (Salmo 25:3)
Un niño tenía que pedirle algo a su papá, un hombre de negocios muy ocupado. Pero este estaba en una reunión importante firmando un nuevo contrato. El niño pasó todas las puertas y en la última fue detenido por la secretaria: —¡Prohibido entrar! ¡No quiere ser molestado!
—¡Yo nunca molesto a mi papá! —respondió el niño, franqueando la última barrera.
A menudo tenemos la impresión de molestar a Dios. Pero ¿podemos molestar a nuestro Padre? No, para nada. Jamás le molestamos, sino que esa es una mentira del maligno, ya que bien dice su Palabra: «Los ojos de Jehová están sobre los justos, y atentos sus oídos al clamor de ellos» (Salmos 34:15). Esta verdad la vemos muchas veces en la Biblia. Por ejemplo, cuando Jairo se postró a los pies del Señor Jesús, en medio de la multitud, y le suplicó que fuera a sanar a su hija moribunda, Jesús lo siguió. Cuando le anunciaron la terrible noticia de la muerte de su hija, y le dijeron: «No molestes más al Maestro», el Señor respondió de inmediato: «No temas; cree solamente, y será salva» (Lucas 8:49–50).
Nuestro Señor Jesús siempre está disponible, tanto de día como de noche; es más, Él dice: «Al que a mí viene, no le echo fuera» (Juan 6:37). Así que, mis hermanos, vayamos a Él en oración con nuestras preguntas, contémosle simplemente nuestras debilidades y lo que nos carga, aun las cosas más triviales o que parezcan insignificantes son importantes para nuestro Dios, teniendo la plena certeza de que jamás le molestaremos.
Acerquémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro. (Hebreos 4:16)
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