Por lo cual Dios también le exaltó hasta lo sumo, y le dio un nombre que es sobre todo nombre, para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están en los cielos, y en la tierra, y debajo de la tierra. (Filipenses 2:9–10)
¡Jesucristo! No hay otro nombre que una a más personas al mismo tiempo y que al mismo tiempo evoque odio en tantas otras. En 1999, un candidato político de Estados Unidos contestó una pregunta acerca de quién había tenido el mayor impacto en su vida, diciendo: «Jesucristo, pues Él cambió mi corazón». Aquella respuesta honesta fue recibida con gozo por parte de los creyentes, pero con gran desdén por aquellos que detestan el nombre del Señor Jesús.
Para todos aquellos que amamos a nuestro Señor, que nos reunimos cada semana para honrar, alabar y ensalzar su nombre, su nombre significa, entre otras cosas, amor, gozo, paz, esperanza, seguridad y perdón. Pero ¿qué tiene su nombre que divide a tanta gente de manera tan clara? ¿Por qué algunos tratan el nombre del Señor Jesús con tanto desprecio, mientras que otro lo tienen en tan alta estima? Aquellos que sienten repudio por el nombre del Señor, es porque no desean que les recuerden sus pecados, bien dice su Palabra: «Porque todo aquel que hace lo malo, aborrece la luz y no viene a la luz, para que sus obras no sean reprendidas» (Juan 3:20), y nuestro Cristo es la luz del mundo (Juan 8:12).
El mismo Señor dijo que Él es «el camino, y la verdad, y la vida» (Juan 14:6), y es aquel que nos salva de nuestros pecados (Mateo 1:21). Sin embargo, hay muchas personas no están dispuestas a humillarse en su presencia, arrepentirse y pedir perdón por sus pecados. No obstante, un día toda rodilla tendrá que doblarse en su presencia «y toda lengua confesará que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre (Filipenses 2:11); tendrán que hacerlo, les guste o no.
Mis amados hermanos, no seamos como aquellos que desprecian a nuestro Señor, sino que en cada oportunidad que tengamos, exaltemos y bendigamos el nombre de nuestro amado Salvador, glorifiquemos a aquel que es cual mirra fragante que exhala un suavísimo perfume para nuestras almas y corazones. Gocémonos en nuestro bendito Salvador, Jesús.
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