Sécase la hierba, marchítase la flor; mas la palabra del Dios nuestro permanece para siempre. (Isaías 40:8)
Durante septiembre se celebra el mes de Biblia, por lo menos en los países de habla hispana. Aunque existen algunos que consideran a la Biblia como un libro pasado de moda, pero los cristianos sabemos que es un libro excepcional. En febrero de 2010, en París, la Alianza Bíblica Francesa organizó una exposición que llevaba el título: La Biblia, patrimonio de la humanidad. ¿Por qué se dio este calificativo a la Biblia? El patrimonio es «la herencia del pasado que disfrutamos hoy y que transmitimos a las generaciones futuras», y a decir verdad, la Biblia cumple con estos criterios. Además, ella ha sido una fuente de inspiración para muchos artistas, tales como pintores, escultores, escritores y músicos.
Pero, para muchos, la expresión «patrimonio de la humanidad» evoca la admiración al trabajo de aquellos que lo hicieron. Sin embargo, la Biblia tiene un autor que no es humano, es decir, Dios. Y es por eso que ella tiene mayor autoridad que cualquier otro libro, puesto que es la Palabra de Dios, el creador de todo. Además, la Biblia responde las preguntas básicas que todo ser humano se hace en algún punto de su vida: ¿Quién soy? ¿De dónde vengo? ¿A dónde voy?
Pero la pregunta es: ¿Qué lugar tiene la Palabra de nuestras en nuestras vidas? ¿Es lo primero que buscamos en la mañana? ¿O es quizás lo menos importante? ¿Qué pasa con aquellos que ocupan su tiempo y su mente en la Palabra de Dios de día y de noche? Dice su Palabra:
Bienaventurado el varón que no anduvo en consejo de malos, ni estuvo en camino de pecadores, ni en silla de escarnecedores se ha sentado; sino que en la ley de Jehová está su delicia, y en su ley medita de día y de noche. Será como árbol plantado junto a corrientes de aguas, que da su fruto en su tiempo, y su hoja no cae; y todo lo que hace, prosperará. (Salmos 1:1–3)
Entonces, ¿qué haremos con este libro sagrado?
Y que desde la niñez has sabido las Sagradas Escrituras, las cuales te pueden hacer sabio para la salvación por la fe que es en Cristo Jesús. (2 Timoteo 3:15)
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