Jesús le dijo: Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí. (Juan 14:6 RVR60)
En las cercanías de una localidad noruega se puede admirar una cascada de gran caudal que presenta una sorprendente particularidad: un sendero permite acercarse a ella, el cual desaparece a través de la espuma para resurgir del otro lado. Si lo seguimos, descubrimos que pasa debajo de una roca suspendida. Masas de agua rugen sobre nuestras cabezas, mientras caminamos al abrigo, detrás de la cascada. Así se puede pasar al otro lado sin ser arrastrados por las rugientes aguas de la cascada.
¿No es una imagen de la salvación ofrecida por Dios, del camino que permite acudir a Él sin ser arrastrados por el juicio? Tal como dice en las escrituras: «Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús, los que no andan conforme a la carne, sino conforme al Espíritu» (Romanos 8:1 RVR60).
En efecto, las escrituras nos muestran que todos hemos pecado contra Dios, contra un Dios justo que debe condenar el pecado debido a su justicia. Entendemos que el juicio divino debía alcanzarnos: «Y de la manera que está establecido para los hombres que mueran una sola vez, y después de esto el juicio» (Hebreos 9:27 RVR60).
No obstante, Dios quiso salvarnos. En la cruz hizo caer sobre su Hijo Jesús los raudales del juicio que merecíamos nosotros; según lo que está escrito a este respecto: «Un abismo llama a otro a la voz de tus cascadas; todas tus ondas y tus olas han pasado sobre mí» (Salmos 42:7 RVR60).
Dios puede perdonar a todo aquel que acude a Él, que cree en el Señor Jesús como su Salvador, tal como Él mismo lo dijo: «El que oye mi palabra, y cree al que me envió, tiene vida eterna; y no vendrá a condenación, mas ha pasado de muerte a vida» (Juan 5:24 RVR60).
Y así como aquel camino que pasa por detrás de la cascada, el único camino que nos lleva a Dios es el Señor Jesús, por lo tanto, debemos procurar transitar por aquel único camino.
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