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La Cena del Señor: Una Adoración Centrada en Dios



Tres veces al año se presentará todo varón tuyo delante de Jehová tu Dios en el lugar que él escogiere: en la fiesta solemne de los panes sin levadura, y en la fiesta solemne de las semanas, y en la fiesta solemne de los tabernáculos; y ninguno se presentará delante de Jehová con las manos vacías. Cada uno con la ofrenda de su mano, conforme a la bendición que Jehová tu Dios te hubiere dado. (Deuteronomio 16:16–17)


La Cena del Señor es un momento sagrado en el cual los creyentes nos congregamos para recordar el sacrificio de Cristo, el cual nos redimió y nos reconcilió con nuestro Dios. No obstante, este acto no es meramente un ritual, sino un tiempo de adoración profunda y sincera donde centramos nuestro corazón y mente en el Señor Jesús.


El pasaje del encabezado nos recuerda que al presentarnos ante Dios, no debemos hacerlo con las manos vacías. En el contexto del Antiguo Testamento, los israelitas traían ofrendas materiales como símbolo de agradecimiento por las bendiciones recibidas. Hoy, los creyentes, en la Cena del Señor, debemos presentar ofrendas de adoración, el agradecimiento y la reflexión sobre el don supremo de la salvación que hemos recibido en nuestras oraciones y cánticos.


Adorar a Dios en la Cena del Señor implica presentar nuestras vidas como una ofrenda viva (Romanos 12:1). Esto implica que no debemos acercarnos a la mesa del Señor de manera rutinaria o superficial. Por tanto, cada uno de nosotros debe examinar su corazón, confesando cualquier pecado y renovando nuestro compromiso de seguir a Cristo con fidelidad.


Al participar en la Cena del Señor, procuremos que nuestra adoración sea genuina y centrada en Dios. Recordemos su sacrificio con gratitud y traigamos a Él nuestras vidas rendidas, asegurándonos de que no nos presentamos con las manos vacías, sino llenos de adoración y alabanza. 


Así que, hermanos, pidámosle a Dios que nos ayude a acercarnos con un corazón puro y lleno de gratitud, para que nuestra adoración sea centrada en únicamente en Él y, asimismo, que nuestras vidas sean una ofrenda viva para su gloria.

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