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La disciplina de Dios que nos hace bien



Antes que fuera yo humillado, descarriado andaba; mas ahora guardo tu palabra. Bueno me es haber sido humillado, para que aprenda tus estatutos. Conozco, oh Jehová, que tus juicios son justos, y que conforme a tu fidelidad me afligiste. (Salmos 119:67, 71 y 75)

 

«Antes que todo eso sucediera,» dice el Salmista, «yo me estaba alejando del camino» Me pregunto, ¿de qué manera se estaba desviando el salmista? ¿Quizás estaría pasando menos tiempo a solas con Dios? ¿Se habría vuelto muy independiente y habría dejado a Dios de lado? ¿Acaso forjaba sus propios planes para el futuro? ¿Se habrá juntado con alguien que lo arruinaba espiritualmente? ¿Leía cosas que contaminaban su mente? ¿Dejaba de progresar en el camino de la obediencia ignorando la palabra del Señor? No lo sabemos, lo que sí sabemos es que se alejó de Dios y Él le hizo volver. 


Ahora, si nos damos cuenta, el salmista rehusó considerar esa aflicción como mala suerte o mera coincidencia, tampoco lo vio como algo negativo. Es más, parece que hubiera orado así: 


«Señor, puedo aguantar las lágrimas y a veces me disgusto por estas cosas que ocurren en mi vida. No obstante, tus propósitos son mucho más grandes que los míos; y tu sabiduría es siempre la correcta. Durante este tiempo de prueba quiero ser llevado más cerca de ti. Quiero salir de esto como un mejor cristiano, más obediente y de mayor utilidad para ti. Señor, por favor, no quiero terminar amargado como resultado de todo esto, sino salir pulido por tu mano, pareciéndome un poco más al Señor Jesús». 


Dios permite que pasen ciertas cosas en nuestra vida por varias razones que Él en su sabiduría conoce y que nosotros no (Hechos 1:7). Algunas veces, ocurren como una disciplina de parte de Dios, o para probar nuestra fe, mientras que en otras ocasiones es para desarrollar nuestra paciencia.


¿Cuál es el consejo de Dios? Que memoricemos el siguiente verso y meditemos siempre en su significado: 


Es verdad que ninguna disciplina al presente parece ser causa de gozo, sino de tristeza; pero después da fruto apacible de justicia a los que por ella han sido ejercitados. (Hebreos 12:11) 

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