Jehová, oye mi oración, y llegue a ti mi clamor. No escondas de mí tu rostro en el día de mi angustia; inclina a mí tu oído; apresúrate a responderme el día que te invocare. (Salmos 102:1–2)
Cuenta la leyenda que el Diablo decidió retirarse de sus actividades y puso en venta todas sus herramientas, mostrándolas todas en una exposición por si alguien deseaba comprarlas, y con una etiqueta indicando en cada una el precio que pedía por ella. Allí estaban la mentira, la lujuria, la malicia, el odio, la envidia, los celos, la sensualidad, el engaño —entre otras—. En sitio destacado, había una con un precio altísimo, casi prohibitivo.
—¿Qué herramienta es esta tan valiosa? —preguntó un caballero.
—El desaliento —le contestó el Diablo.
—¿Y el desaliento vale tanto?
—Ya lo creo, es la herramienta más útil que tengo, con ella se puede dañar y destruir a una persona en circunstancias en las que cualquier otra herramienta fracasaría en el intento. Cuando el desaliento penetra dentro de un ser humano, lo debilita de tal forma que vencer sus defensas es cosa de coser y cantar.
Cuando enfrentamos momentos de dificultad, todos podemos identificarnos con este sentimiento. A veces, parece que Dios está distante o que nuestras oraciones no son escuchadas. Sin embargo, este pasaje nos muestra que Dios no es indiferente a nuestras súplicas. Al contrario, Él se acerca a nosotros en nuestra angustia.
La clave está en seguir clamando, incluso cuando no veamos una respuesta inmediata. Porque no podemos olvidar que Dios es fiel (2 Timoteo 2:13) y está atento a cada uno de nuestros llamados (Salmos 34:15). Aunque a veces su respuesta no llegue en el momento que deseamos, su tiempo es perfecto, y su respuesta siempre será la mejor para nosotros.
Así que, hermanos, en este salmo Dios nos recuerda que, aun en medio del dolor, tenemos un Padre que nos escucha, por tanto, no debemos desesperar o desanimarnos, porque nuestro Dios siempre nos oye, y responderá a su debido tiempo nuestras oraciones.
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