En todo tiempo sean blancos tus vestidos, y nunca falte ungüento sobre tu cabeza. (Eclesiastés 9:8)
Con cada día que pasa, hablarles a las personas del mundo acerca de Cristo, se hace cada vez más difícil, pues nadie quiere saber de Dios. Quizás esto pasa porque las personas quieren hablar y ser escuchadas, pero nadie quiere escuchar lo que otros dicen. Aunque, bueno, el mundo siempre ha rechazado a Dios, por eso el Señor dijo:
Si el mundo os aborrece, sabed que a mí me ha aborrecido antes que a vosotros. (Juan 15:18)
La norma es que el mundo rechace a Dios y a su Palabra. Sin embargo, es muy doloroso que, como creyentes, no estamos siendo muy diferentes al mundo. Digo esto, porque, hoy en día, queremos el amor de Dios, pero no su justicia y santidad. Queremos las bendiciones de Él, pero no la obediencia que nos demanda. En otras palabras, queremos solo las cosas buenas que nos da, aunque no las malas. Ya que únicamente queremos gozarnos en las cosas buenas que nos da, pero no padecer por su nombre.
Seamos sinceros, porque entre los creyentes de hoy, hay cada día menos interés en leer las Escrituras, en obedecer a Dios, en buscarle en oración en las mañanas, etc. Ya nadie quiere llevar el nombre de Cristo a todas partes. Solo deseamos parecer cristianos y no ser cristianos de la manera como Dios nos demanda en su Palabra.
Es doloroso ver el desinterés de tantos hermanos y lo inconstantes que somos para las cosas del Señor. Pablo les decía a los efesios:
Así como Cristo amó a la iglesia, y se entregó a sí mismo por ella, para santificarla, habiéndola purificado en el lavamiento del agua por la palabra, a fin de presentársela a sí mismo, una iglesia gloriosa, que no tuviese mancha ni arruga ni cosa semejante, sino que fuese santa y sin mancha. (Efesios 5:25b–27)
¿Podríamos decir que esta es una descripción de la iglesia de hoy? Porque esa es la iglesia que Cristo vendrá a buscar, sin mancha y sin arrugas, no una novia con el vestido sucio de haberse revolcado en la inmundicia del pecado y del mundo.
Mis hermanos, la segunda venida del Señor, está cada día más cerca y nosotros estamos cada vez más dormidos, así como en la parábola de las 10 vírgenes. Aunque pareciera que en estos días, ni siquiera la mitad de nosotros tiene aceite de reserva. E incluso pareciera que todas las lámparas se han apagado. ¡Despertemos! Tengamos nuestras lámparas ardiendo con aceite de repuesto para que cuando venga el esposo le estemos esperando. Todavía nos queda tiempo, aún podemos estar listos, pero estamos contra reloj y no debemos demorar más.
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