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La impaciencia en la prueba



Gozosos en la esperanza; sufridos en la tribulación; constantes en la oración. (Romanos 12:12)


¡Cuán triste es la historia del Sinaí! (Éxodo 32). Moisés había subido a ese monte para recibir las palabras de Dios. Aarón, su hermano, estaba con el pueblo en la llanura, esperando su regreso. Cuarenta días de espera, de silencio, fue demasiado largo para ellos. Por eso, el pueblo de Israel le pidieron a Aarón que les hicieran dioses que fueran delante de ellos (V1), y él les hizo un becerro de oro, a la imagen de los dioses egipcios. Lo peor es que proclamaron que ese becerro de oro era quien los había sacado de Egipto (V4). Y para peor, Aarón propuso: ¡Hagamos fiesta! Y mientras se divertían, Moisés descendió con las tablas de la Ley. ¡Qué confusión para esos impacientes! En vez de esperar la respuesta que Dios iba a dar por medio de Moisés acerca de sus reglas de conducta, se volvieron a la idolatría de Egipto, porque sus corazones estaban vueltos a aquel lugar (Hechos 7:39).


¿Qué lección podemos sacar de esto, mis hermanos? Si en un periodo de prueba y de silencio por parte de Dios yo busco la liberación según mi corazón y mis pensamientos, en vez de esperar el socorro de Dios, nunca conoceré sus respuestas, porque estas llegan en el tiempo que pasamos a los pies de Dios orando y también, a través de la lectura paciente de su Palabra. Entonces corremos el riesgo de fabricar nuestras propias respuestas para llenar un silencio que nos angustia. Cuando un profesor está tomándoles una prueba a sus alumnos, se mantiene en silencio, pues lo mismo hace Dios. Ahora, llenar ese silencio con palabras que no son la respuesta de Dios, no resuelve nada; al contrario, solo oscurece nuestro camino. 


Asimismo, dar a nuestros hermanos que están pasando una prueba, una respuesta que no viene de Dios, también es peligroso. Lo cierto es que deberíamos decir humildemente: «No sé. Verdaderamente, no sé por qué atraviesas tal prueba, tal desierto». Y lo mejor que podemos hacer en esos casos es presentarle lo que Dios nos dice, por ejemplo: «Hermanos míos, tened por sumo gozo cuando os halléis en diversas pruebas, sabiendo que la prueba de vuestra fe produce paciencia» (Santiago 1:2–3). Y orar por ese hermano que atraviesa una prueba. 


Pacientemente esperé al Señor, y se inclinó a mí, y oyó mi clamor. (Salmo 40:1)

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