Por cuanto agradó al Padre que en él habitase toda plenitud, y por medio de él reconciliar consigo todas las cosas, así las que están en la tierra como las que están en los cielos, haciendo la paz mediante la sangre de su cruz. (Colosenses 1:19–20)
Como leemos en los versículos de más arriba, vemos que el Señor Jesús, por medio de su muerte en la cruz del Calvario, consiguió la paz. Pero ¿por qué hizo la paz? ¿Con quién estamos en guerra? ¿Y desde cuándo estamos en guerra? Hizo la paz debido al pecado. El pecado nos hizo enemigos de Dios. Y aquella enemistad comenzó desde que Adán y Eva pecaron en el huerto de Edén. Sin embargo, he aquí la buena noticia: «Porque si siendo enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo, mucho más, estando reconciliados, seremos salvos por su vida» (Romanos 5:10). Aunque tristemente, existen personas que no creen esta verdad.
Cuando Francia e Inglaterra estaban en guerra, un barco ballenero francés estuvo ausente mucho tiempo. Al regresar tenían necesidad de agua y de víveres, pero no se animaban a entrar a un puerto británico por temor de que fuesen apresados. En el puerto hubo quienes se dieron cuenta de las dificultades por las que estaban atravesando, y entonces por medio de señales les hicieron saber que la guerra había terminado. Los marineros no creyeron la buena noticia, pero al fin, impulsados por el hambre y la sed, decidieron entrar al puerto y entregarse como prisioneros, si fuese necesario. Cuando entraron, descubrieron que lo que se les había dicho era verdad. La guerra había terminado y reinaba la paz.
Lo mismo pasa con muchas personas que se rehúsan creer en Cristo Jesús como su salvador. Padecen de hambre y sed espirituales, las cuales pueden ser satisfechas por el Señor Jesús, no obstante, se niegan a creer dicha verdad. Es como si una persona se estuviera muriendo de sed en un desierto junto a una fuente de agua dulce. La buena noticia es. que Cristo está dispuesto a salvarle, si es que usted está dispuesto a creerle a Él.
El que en él cree, no es condenado; pero el que no cree, ya ha sido condenado, porque no ha creído en el nombre del unigénito Hijo de Dios. (Juan 3:18–19)
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