
Versión en video: https://youtu.be/gG6UAb9oMh0
Mas él herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados; el castigo de nuestra paz fue sobre él, y por su llaga fuimos nosotros curados. (Isaías 53:5)
Cuando Jesús fue clavado en la cruz, no solo sufrió el dolor físico de los clavos y la corona de espinas. Lo más terrible que enfrentó fue la ira justa de Dios contra el pecado, la cual recayó completamente sobre Él. E Señor Jesús, el Cordero sin mancha, experimentó el abandono del Padre y el peso de la maldición que nosotros merecíamos.
Desde el principio, Dios ha dejado claro que el pecado debe ser castigado, pues su santidad no puede tolerarlo, y su justicia demanda pago. Pero en su misericordia, en lugar de descargar su ira sobre nosotros, la dirigió hacia su propio Hijo. En la cruz, Jesucristo exclamó: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?” (Mateo 27:46). En ese momento, soportó el juicio divino en nuestro lugar.
A veces tomamos a la ligera lo que Cristo hizo por nosotros. Pero si realmente meditamos en la magnitud de su sacrificio, nos daremos cuenta de cuán profundo es su amor. Él no solo sufrió físicamente; llevó el peso del pecado de toda la humanidad y absorbió la ira que debía caer sobre nosotros.
Si hemos creído en Cristo, nunca experimentaremos la ira de Dios porque el Señor Jesús la tomó por nosotros. En Él encontramos salvación, paz y reconciliación con el Padre. Y ahora, en gratitud, vivamos para su gloria.
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