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La justicia de Dios en medio de la injusticia



Jehová, Dios mío, en ti he confiado; sálvame de todos los que me persiguen, y líbrame. (Salmo 7:1).


El Salmo 7 es un clamor ferviente del rey David a Dios pidiendo justicia y liberación frente a sus enemigos. En este pasaje, David enfrenta acusaciones injustas y persecuciones malintencionadas. Sin embargo, en medio de esta crisis, su confianza está plenamente puesta en el Señor, sabiendo que solo Él es un juez justo y recto.


David comienza el salmo reconociendo su dependencia total en Dios: «En ti he confiado». Esta declaración no es solo una afirmación de fe, sino un llamado a la fidelidad de Dios. Cuando enfrentamos la injusticia o somos calumniados, nuestra tendencia natural es defendernos o vengarnos. Sin embargo, vemos en el ejemplo de David, que lo primero que debemos hacer es refugiarnos en Dios, reconociendo que Él es nuestro escudo y defensor.


En el versículo 8, dice: «Jehová juzgará a los pueblos; júzgame, oh Jehová, conforme a mi justicia, y conforme a mi integridad». David confiaba en que Dios conocía su corazón y juzgaría de manera justa. Este es un recordatorio crucial para nosotros hoy. A veces, en medio de la confusión y la injusticia, no logramos ver cómo se hará justicia. No obstante, debemos recordar que Dios es un juez justo que no se deja engañar por apariencias ni palabras falsas.


¿Qué aplicación podemos sacar de este salmo?


1. Refugiar nuestras almas en Dios: Cuando enfrentemos ataques, calumnias o injusticias, no pongamos nuestra confianza en las defensas humanas. Debemos hacer como David y correr hacia Dios. Él es nuestro refugio, nuestro protector y el único juez justo.


2. Confiar en la justicia de Dios: Aunque no veamos resultados inmediatos, recordemos que Dios no es indiferente a las injusticias. Su juicio es perfecto y actuará en el tiempo correcto. Nuestro «trabajo» es mantener la fe, confiando de que a su tiempo actuará conforme a su justicia.


3. Entregar el corazón a Dios: Así como David, debemos ser valientes al pedir que Dios examine nuestro corazón y lo juzgue conforme a su justicia. Por tanto, vivamos de tal manera que, cuando llegue el juicio de Dios, estemos en paz, sabiendo que hemos actuado conforme a su voluntad, y no tengamos de qué sentirnos avergonzados.

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