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La letra mata, pero el Espíritu vivifica



El cual asimismo nos hizo ministros competentes de un nuevo pacto, no de la letra, sino del espíritu; porque la letra mata, mas el espíritu vivifica. (2 Corintios 3:6)


El apóstol Pablo, en este pasaje, nos recuerda una verdad esencial: la diferencia entre el Antiguo y el Nuevo Pacto, entre la ley escrita y la obra del Espíritu Santo. Acá se nos advierte que la «letra», es decir, una dependencia rígida y legalista de la ley sin la obra vivificadora del Espíritu, nos conduce a la muerte espiritual. Mientras que el Espíritu Santo trae vida, transformación y verdadera libertad.


¿Qué significa que «la letra mate»? Se refiere al hecho de que la ley, por sí sola, solo revela el pecado y condena al ser humano (Romanos 3:20a). Aunque la ley es santa y justa, no tiene el poder de salvar (Romanos 3:20b). Si nos aferramos solo a cumplir reglas externas sin un cambio interno de corazón, nuestra fe se convierte en algo vacío, muerto y sin vida. Es fácil caer en el legalismo, donde la obediencia externa toma precedencia sobre la relación viva con Dios.


El Espíritu Santo trae vida porque Él transforma el corazón, nos convence de pecado, nos guía hacia la verdad (Juan 16:7–8) y nos capacita para vivir una vida santa y fructífera en Cristo. La ley escrita en piedra no podía hacer esto; pero el Espíritu de Dios, escribe sus leyes en nuestros corazones, produciendo en nosotros una obediencia genuina que fluye del amor a Dios.


El Señor Jesús mismo dijo que el nuevo nacimiento es obra del Espíritu Santo (Juan 3:6). Y es el Espíritu quien nos da vida nueva, quien nos sella para la eternidad y quien nos capacita para vivir conforme a los principios de Dios, no por imposición, sino por transformación interna. Así que, no se trata solo de cumplir con la «letra» de la ley, sino de vivir bajo la gracia, siendo guiados por el Espíritu Santo (Romanos 8:14).


Preguntémonos hoy: ¿Estoy viviendo mi vida de manera legalista, cumpliendo reglas, sin experimentar el gozo y la libertad del Espíritu Santo? ¿O estoy permitiendo que el Espíritu Santo transforme mi corazón y me guíe a una vida abundante en Cristo?

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