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La madurez espiritual II




Hermanos, no seáis niños en el modo de pensar, sino sed niños en la malicia, pero maduros en el modo de pensar. (1 Corintios 14:20)


Hace poco leía de un hombre que quería ser más paciente. Reconocía que era inmaduro en ese aspecto de su vida, y quería crecer. Oró sinceramente: «Señor, ayúdame a ser más paciente. Quiero tener más control en ese aspecto de mi vida». Esa misma mañana, al salir a su trabajo, el tren lo dejó y pasó los siguientes cincuenta minutos paseándose y renegando de su circunstancia con Dios. Cuando llegó el siguiente tren, se dio cuenta de lo tonto que había sido, y pensó: «el Señor me dio una hora para aprender a ser paciente, y todo lo que hice fue practicar la impaciencia».


Quizás uno de los rasgos más característicos de un creyente que ha alcanzado la madurez en su caminar espiritual, es que obedece la Palabra de Dios, cueste lo que cueste. En la epístola de Santiago, se nos dice: «Pero sed hacedores de la palabra, y no tan solamente oidores, [énfasis añadido] engañándoos a vosotros mismos. Porque si alguno es oidor de la palabra, pero no hacedor de ella, este es semejante al hombre que considera en un espejo su rostro natural. Porque él se considera a sí mismo, y se va, y luego olvida cómo era. Mas el que mira atentamente en la perfecta ley, la de la libertad, y persevera en ella, no siendo oidor olvidadizo, sino hacedor de la obra, este será bienaventurado en lo que hace» (Santiago 1:22–25). 


Es fácil asistir a un estudio bíblico, estudiar una lección de la Biblia y discutirla, pero es mucho más difícil vivirla y practicarla en la vida cotidiana. Para llegar a la madurez espiritual, es necesario que nos veamos reflejados en su Palabra con el fin de generar un cambio en nosotros. Aunque no debemos ser como aquel salvaje que se miró en un espejo por primera vez y se asustó tanto que rompió el espejo. Así actúa el creyente inmaduro, cuando ve reflejada su realidad en la Biblia, critica al predicador o al sermón, cuando debería estar criticándose a sí mismo.


Mis hermanos, la bendición de Dios, no está en que leamos o estudiemos su Palabra, sino que la pongamos en práctica en todos los aspectos de nuestras vidas. Porque nuestro Dios no está obligado a enseñarnos mientras no estemos dispuestos a oírlo y a obedecerlo (Juan 7:17).

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