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La maldad del hombre




Así fue que Pilato dejó a Barrabás en libertad. Mandó azotar a Jesús con un látigo que tenía puntas de plomo, y después lo entregó a los soldados romanos para que lo crucificaran. (Mateo 27:26 NTV)


El látigo usado por los romanos tenía el nombre de flagrum. La palabra deriva del latín flagellum y que es de donde proviene nuestra palabra flagelo y flagelación. Este «látigo» estaba hecho de tiras de cuero, con trozos aguzados de hueso o de plomo, que desgarraban la carne de la espalda y del torso. Por eso el salmista profetizaba de los sufrimientos del Señor: «Sobre mis espaldas araron los aradores; hicieron largos surcos» (Salmos 129:3).


Este es un ejemplo de cómo los seres humanos —con nuestro pecado— hemos corrompido la creación de Dios. Pues tomaron el cuero (usado comúnmente para hacer sandalias, vestimentas, colchas, odres donde se añejaba el vino, etc.) y lo convirtieron en un instrumento de tortura y castigo. Los huesos debían estar bajo tierra nutriendo el suelo para hacerlo más fértil, pero en vez de eso, estaban en aquel flagrum. Mientras que el plomo, en aquellos días, era usado por los romanos para hacer cañerías y desagües (de ahí la palabra plomero), cisternas de agua, techos, marcos de ventanas e incluso, en su forma de sal (carbonato de plomo) era usado como pintura.


Y que hablar del manto escarlata con el que se mofaron del Señor: «Entonces los soldados del gobernador llevaron a Jesús al pretorio, y reunieron alrededor de él a toda la compañía; y desnudándole, le echaron encima un manto de escarlata» (Mateo 27:27–28). Este manto era llamado Sagum, era un manto militar de lana color escarlata. Era llevado también por los generales romanos y a veces (más valioso en formas y material) presentado como obsequio a reyes extranjeros.


Aunque lo peor que le ofrecimos al Señor fue una corona de espinas. Claro, puede que no haya sido lo que más dañó su cuerpo, pero sí fue la expresión máxima de nuestra maldición, ya que dice: «Al hombre le dijo: Puesto que accediste a lo que te dijo tu mujer, y comiste del árbol de que te ordené que no comieras, maldita será la tierra por tu causa; con dolor comerás de ella todos los días de tu vida. Te producirá espinos y cardos, y comerás hierbas del campo» (Génesis 3:17–18 RVC). 


Mis hermanos, no repitamos aquellos horrores, tomando lo que Dios ha hecho y nos ha dado para usarlo indebidamente. No volvamos a cometer tal atrocidad, sino que pidamos sabiduría para vivir vidas que sean agradables a nuestro Señor, porque como creyentes es nuestro deber alabarle y honrarle como se merece.

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