En vano he azotado a vuestros hijos; no han recibido corrección. Vuestra espada devoró a vuestros profetas como león destrozador. (Jeremías 2:30)
Un joven ministro habló agradecidamente sobre las medidas correctivas de su papá durante el funeral de este. Él dijo que cuando era muchacho, un policía lo detuvo por tirar piedras en un lugar en el que hubiese podido causar un gran daño. El oficial le dijo a su padre que si disciplinaba a su hijo no tendría necesidad de entregarlo a las autoridades. Con una sonrisa en su rostro, el ministro recordaba que la mirada de su padre le hizo desear haber podido escoger las autoridades en vez de la disciplina de su padre. No obstante, sabía que su padre lo amaba de verdad y que por eso lo disciplinaba. Y a medida que se hacía mayor, siguió necesitando disciplina, pero como respetaba a su padre y admitió pronto sus errores, llegó a ser un adulto responsable.
A diferencia de este joven pastor, los israelitas ignoraron una y otra vez la disciplina de Dios, que es lo que nos dice el versículo del encabezado. Esta rebeldía a la disciplina de Dios, finalmente, les llevó a su ruina, puesto que fueron destruidos como nación, además de ser deportados a Babilonia, teniendo que soportar un exilio de 70 años. El Señor se entristecía porque ellos no estaban dispuestos a admitir sus malas acciones y cambiar sus caminos. Tristemente, he conocido padres con el corazón destrozado, que sienten lo mismo respecto de sus hijos.
Un verdadero padre que ama a sus hijos, los va a corregir. Sabemos que el sistema mundano de Satanás enseña hoy en día que a los hijos no se les debe corregir. Sin embargo, dice su Palabra: «El que detiene el castigo, a su hijo aborrece; mas el que lo ama, desde temprano lo corrige» (Proverbios 13:24). Todos nosotros, creyentes en Cristo, somos hijos de Dios, pero ¿aceptamos de buena gana la disciplina de nuestro Padre? Porque «el que tiene en poco la disciplina menosprecia su alma; mas el que escucha la corrección tiene entendimiento» (Proverbios 15:32); «Y el que aborrece la corrección morirá» (Proverbios 15:10).
Mis hermanos, pidamos a Dios que nos dé siempre un corazón humilde y agradecido que esté dispuesto a recibir la disciplina de nuestro Padre celestial, primeramente, y también la disciplina de nuestros semejantes.
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