Engañoso es el corazón más que todas las cosas, y perverso; ¿quién lo conocerá? Yo Jehová, que escudriño la mente, que pruebo el corazón, para dar a cada uno según su camino, según el fruto de sus obras. (Jeremías 17:9–10 RVR60)
Hermanos, no podemos confiar en nosotros mismos para juzgarnos, ni siquiera para considerar que somos de tal o cual manera. Nos es imposible, porque somos muy condescendientes con nosotros mismos. Por ejemplo, si pensamos en cómo somos, tendemos a nombrar únicamente los rasgos positivos, recurriendo a adjetivos tales como: “Yo soy bueno”, “soy alegre”, “soy generoso”, “soy paciente”, “no soy rencoroso”, etc. ¿Pero y lo malo cuando lo mencionamos?
El Señor nos dejó una parábola que ilustra a la perfección cómo somos en realidad:
A unos que confiaban en sí mismos como justos, y menospreciaban a los otros, dijo también esta parábola: Dos hombres subieron al templo a orar: uno era fariseo, y el otro publicano. El fariseo, puesto en pie, oraba consigo mismo de esta manera: Dios, te doy gracias porque no soy como los otros hombres, ladrones, injustos, adúlteros, ni aun como este publicano; ayuno dos veces a la semana, doy diezmos de todo lo que gano. Mas el publicano, estando lejos, no quería ni aun alzar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo: Dios, sé propicio a mí, pecador. Os digo que éste descendió a su casa justificado antes que el otro; porque cualquiera que se enaltece, será humillado; y el que se humilla será enaltecido. (Lucas 18.9–14 RVR60)
Amados hermanos, si no nos vemos reflejados como el fariseo en esta parábola, permítame decirle que necesitamos desesperadamente acudir a la luz de Dios para que nos veamos cómo realmente somos.
Porque contigo está el manantial de la vida; en tu luz veremos la luz. (Salmos 36.9 RVR60)
Si no acudimos a Dios para ser examinados, jamás podremos ver lo malo en nosotros y, por tanto, nunca podremos progresar en nuestra vida espiritual, ya que nos sentiremos muy conformes con nosotros mismos y nuestros pecados.
Continuará.
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