Por la mañana siembra tu semilla, y a la tarde no dejes reposar tu mano; porque no sabes cuál es lo mejor, si esto o aquello, o si lo uno y lo otro es igualmente bueno. (Eclesiastés 11:6)
En noviembre de 1989, cuando el muro de Berlín cayó, muchos soldados soviéticos aún estaban en Alemania del Este. Antes de partir hacia Rusia, algunos cristianos les distribuyeron ejemplares del Nuevo Testamento en ruso. No era fácil entrar en los cuarteles, y algunas veces esos distribuidores de la Palabra de Dios eran amenazados por los oficiales, con revólver en mano.
Quince años más tarde, un cristiano alemán de Meerane fue a Siberia para animar a los creyentes de la región. Uno de ellos le contó cómo había conocido a Jesucristo como su Salvador. En 1990 estaba en Alemania como soldado, y en la localidad de Meerane me ofrecieron un Nuevo Testamento. Cuando lo leí, reconocí mis pecados ante Dios, y Jesús vino a ser mi Salvador. Ahora soy feliz de presentar el Evangelio a todos los que encuentro.
La Palabra sembrada con perseverancia había llevado fruto a más de 3000 kilómetros de distancia. En este testimonio se cumple lo que Dios dice en su Palabra: «así será mi palabra que sale de mi boca; no volverá a mí vacía, sino que hará lo que yo quiero, y será prosperada en aquello para que la envié» (Isaías 55:11). Dios es quien hace germinar su Palabra, quien implanta la vida divina en los corazones y multiplica su acción. A menudo no sabemos si la Palabra de Dios que ha sido distribuida produjo resultados o no, pero no se nos envió a ver si la Palabra daba frutos, sino a ir y predicar el evangelio a toda criatura (Marcos 16:15). Además, algo que a veces se nos olvida, es que la Biblia, así como los Nuevos Testamentos, son los únicos libros que van con su autor.
Así que, hermanos, pidamos a nuestro Dios Padre, el señor de la mies, que nos ayude a no descuidar ninguna ocasión: una palabra que testifique sobre nuestra esperanza, un folleto en el bolsillo listo para entregar, una conversación con algún vecino, compañero de trabajo, familiar, etc. Lo importante es que sembremos con la convicción de que Dios tiene el poder para hacer fructificar esa semilla.
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