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La única manera de habitar junto a Dios



Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas. (Mateo 11:29)


En un almuerzo presidido por sir Mark Young, gobernador de Hong Kong, una dama de las más distinguidas se sintió vejada al descubrir que la habían puesto al extremo de la mesa, en vez de estar cerca del anfitrión. Al terminar la comida, se acercó a sir Mark y le dijo con sequedad: 

—Según parece, no se cuida usted de dónde se sientan sus invitados. 

—Señora —replicó el gobernador—, a la gente realmente importante no le interesa el sitio donde se sienta; y sucede a veces que quienes se interesan por el sitio no son importantes.


A Dios no le agrada la soberbia y la altivez de corazón (Proverbios 6:17). También nos dice su Palabra que Dios mora con los que son humildes de corazón (Isaías 57:15) y no con los que se exaltan a sí mismos, especialmente en medio de su grey. Todo esto es porque Él es humilde. El Señor Jesús —siendo Dios mismo— nos mostró con su ejemplo su cualidad de humilde. Él no vino en la pompa de arrogancia o de orgullo —aunque podría haberlo hecho—, sino que vino con humildad de corazón, ya desde su nacimiento nos lo mostró.


En Salmos, encontramos una profecía sobre nuestro Señor en la cruz, donde dice: «Mas yo soy gusano, y no hombre; oprobio de los hombres, y despreciado del pueblo. Todos los que me ven me escarnecen; estiran la boca, menean la cabeza, diciendo: Se encomendó a Jehová; líbrele él; sálvele, puesto que en él se complacía» (Salmos 22:6–8). 

Mis hermanos, ¿cuál es el ejemplo que nos ha sido dado? Porque si el Señor era (y es) humilde de corazón de esta manera, ¿no deberíamos ser nosotros de la misma manera? Si queremos tener una profunda comunión con nuestro Dios, necesitamos aprender del ejemplo de nuestro Cristo.


Porque así dijo el Alto y Sublime, el que habita la eternidad, y cuyo nombre es el Santo: Yo habito en la altura y la santidad, y con el quebrantado y humilde de espíritu, para hacer vivir el espíritu de los humildes, y para vivificar el corazón de los quebrantados. (Isaías 57:15)

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