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Las bodas del Cordero



Han llegado las bodas del Cordero, y su esposa se ha preparado. Y a ella se le ha concedido que se vista de lino fino, limpio y resplandeciente. (Apocalipsis 19:7)

En el cielo, se están preparando unas bodas (Apocalipsis 19:7–9). Son las bodas del Cordero. ¿Quién es ese Cordero? Quién otro, sino nuestro Señor Jesucristo, tal como lo manifestó Juan el Bautista, cuando dijo: «He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo» (Juan 1:29). ¿Y con quién se ha de casa? Con su iglesia, aunque, claro, a diferencia del novio, esta no tiene un origen elevado, ya que, está formada por hombres y mujeres imperfectos, cuyos pecados fueron lavados por la sangre del Cordero (Apocalipsis 1:5). Ellos recibieron su gracia por la fe en Él, fueron purificados y perdonados eternamente. Desde entonces, un vínculo inquebrantable los une a quien los salvó, y también los unos a los otros. Juntos forman «la desposada, la esposa del Cordero» (Apocalipsis 21:9), la que Cristo amó y por quien se entregó (Efesios 5:23–27).


¡Esto es extraordinario! Un lugar de honor, junto al Hijo de Dios, está reservado en el cielo para todos los pecadores perdonados. Por eso es que el Señor Jesús le dijo a su Padre: «La gloria que me diste, yo les he dado» (Juan 17:22). Y cuando, en su gloria, el Señor aparezca a los ojos de todo el mundo, los creyentes tendremos el privilegio incomparable de acompañarlo por la eternidad, pues somos su esposa, la cual, en aquel momento, estará ataviada de la gloria de su divino Esposo.


Mis hermanos, ¿no nos motiva esto a ensalzar a nuestro Dios y Salvador? ¿No es motivo de sobra para bendecir y adorar al Cordero de Dios, nuestro esposo celestial? ¡Por supuesto que sí! No merecemos nada de esto, pero, aun así, a Él le plació dárnoslos por gracia. ¡Bendito sea nuestro Señor Jesús por toda la eternidad!


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