Oyendo la reina de Sabá la fama que Salomón había alcanzado por el nombre de Jehová, vino a probarle con preguntas difíciles. Y vino a Jerusalén con un séquito muy grande, con camellos cargados de especias, y oro en gran abundancia, y piedras preciosas; y cuando vino a Salomón, le expuso todo lo que en su corazón tenía. (1 Reyes 10:1–20)
Esta reina, de quien desconocemos su nombre, vino desde un reino muy lejano, esto es, Sabá. Los eruditos concuerdan en que este reino, estaba ubicado en lo que hoy se conoce como Yemen. País que está al sur de Arabia Saudita. Y si uno hace el ejercicio de medir la distancia desde una ciudad llamada Saná, la cual está cerca de las ruinas de la que posiblemente fuera la capital de aquel reino; hay cerca de 2.030 km yendo en línea recta hasta Jerusalén.
Esta no era una mujer cualquiera ni una esclava, tampoco era una mujer de algún hombre rico, sino que era la reina, aquellas que estaba por sobre todos y, aun así, decida dejar la comodidad de su vida en palacio con la sola finalidad de verificar la información que oyó. No se quedó con lo que le contaron, sino que fue personalmente a comprobar si era cierto lo que le habían dicho. Muchas veces, nosotros, escuchamos un mensaje, ya sea desde el púlpito o en internet, sin embargo, no siempre comprobamos que si lo que hemos oído es cierto.
Este es un digno ejemplo a imitar: La reina de Sabá corroboró lo que oyó. Esto se aplica también a lo humano. A veces las personas nos cuentan algo de alguien, y nosotros lo creemos a pie juntillas, pero no nos tomamos el tiempo de corroborar la información. No podemos olvidar que vivimos en la época de las «fake news», de las noticias falsas. Por eso es importante no creerse todo de buenas a primeras, especialmente lo que se relaciona con Dios y su Palabra. Recordemos que tenemos un mandamiento acerca de esto:
Examinadlo todo; retened lo bueno. (1 Tesalonicenses 5:21)
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