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Libres en Cristo




Despreciado y desechado por los hombres, varón de dolores, experimentado en quebranto; y como que escondimos de Él el rostro, fue menospreciado, y no le estimamos. (Isaías 53:3)


¿Quién es este varón? El que descendió del cielo, el Hijo de Dios mismo. Quizás nunca lo ha pensado, pero ¿nos damos cuenta de que Dios mismo vino a la tierra para reconciliarse con nosotros sus criaturas? Sin embargo, su propia creación no le recibió. Para los religiosos de la época en la que vino no fue más que una piedra de tropiezo (1 Pedro 2:8). Además, ellos lo veían como un simple carpintero y no como el Hijo de Dios; mientras que para los romanos no era más que un hombre común de la plebe que había que castigar. 


Dios envió a su Hijo con el propósito de hacernos libres del pecado (Juan 8:34–36), de libertarnos de la condenación eterna, y, además, para salvarnos de las garras de Satanás, que busca la destrucción de todo ser humano, ¿o es que acaso no nos llama la atención como la maldad en el mundo crece sin control? ¿No nos llama la atención como hoy nadie se sujeta a las leyes establecidas por las autoridades? ¿O el asesinato sistemático de seres humanos indefensos, llamado aborto, está a la orden del día? 


Todo esto es obra de la degeneración del ser humano debida a su propio pecado, degeneración orquestada por el enemigo de las almas: El diablo, el cual nos odia tanto que se goza haciendo un guiñapo de los seres humanos. Nos detesta con todo su ser, porque para él no hay salvación, mientras que para nosotros sí la hay. Bien dice su Palabra: «Mirad a mí, y sed salvos, todos los términos de la tierra, porque yo soy Dios, y no hay más» (Isaías 45:22).


Amigo(a) para esto vino el Hijo de Dios, para hacernos libres de nuestros propios pecados, porque a través de estos aquel maligno ser nos puede manipular a su antojo. Pero si usted sigue rechazando el regalo de la salvación de su alma, que Jesús consiguió con su muerte en la cruz del Calvario, y que ofrece gratuitamente por fe, las consecuencias serán terribles, esto es, una eternidad de condenación.


¡No demore, porque mañana puede ser muy tarde! Aún hay tiempo, haga caso del llamado del Señor Jesús que dice: 


Venid a mí, todos los que estáis cansados y cargados, y yo os haré descansar. (Mateo 11:28)


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