Codiciáis, y no tenéis; matáis y ardéis de envidia, y no podéis alcanzar; combatís y lucháis, pero no tenéis lo que deseáis, porque no pedís. Pedís, y no recibís, porque pedís mal, para gastar en vuestros deleites. (Santiago 4:2–3)
Cierto cuáquero puso un letrero en lo alto de un palo en un campo suyo, que decía: «Regalaré este campo al hombre que demuestre estar realmente satisfecho en su vida». Un rico hacendado, que pasaba casualmente, lo leyó y llamó a la puerta del «amigo».
Aquel rico comenzó a pensar: —Puesto que el amigo cuáquero quiere dar su campo al hombre satisfecho, puede dármelo a mí. Yo soy rico, tengo todo lo que necesito. Soy fuerte. Estoy contento de la vida. Creo que soy el más calificado para obtenerlo.
El cuáquero salió. —¿De veras estás satisfecho, amigo? —preguntó. El otro reiteró su anterior afirmación.
—Amigo mío —le contestó el cuáquero
—Si de veras estuvieras satisfecho, no desearía el campo, ¿no le parece? Acto seguido le cerró la puerta.
Así como este rico hacendado, muchas veces, los creyentes, creemos que necesitamos alguna cosa y se la pedimos con insistencia a Dios. Puede que, por ejemplo, deseemos tener más dinero para poder ayudar a hermanos necesitados o a personas que estén carentes de alguna cosa. No obstante, no sabemos qué daño podría causar en nosotros ese dinero extra. Recordemos que su Palabra es muy clara en estos asuntos, pues dice:
Porque los que quieren enriquecerse caen en tentación y lazo, y en muchas codicias necias y dañosas, que hunden a los hombres en destrucción y perdición; porque raíz de todos los males es el amor al dinero, el cual codiciando algunos, se extraviaron de la fe, y fueron traspasados de muchos dolores. (1 Timoteo 6:9–10)
Un principio que todos los creyentes debemos conocer y entender, es que Dios no nos da lo que queremos, tampoco lo que nosotros pensamos que necesitamos, sino únicamente lo que Él sabe que verdaderamente necesitamos. Todos aquellos que viven por fe lo saben de sobra, puesto que Dios les da lo justo que necesitan, no más, no menos. Mis hermanos, oigamos lo que nos dice Dios: «Así que, teniendo sustento y abrigo, estemos contentos con esto» (1 Timoteo 6:8–9). Contentémonos con lo que Dios nos da, que es lo que realmente necesitamos, pues todo lo demás se puede volver un tropiezo en nuestras vidas.
コメント