Hermanos míos, tened por sumo gozo cuando os halléis en diversas pruebas, sabiendo que la prueba de vuestra fe produce paciencia. (Santiago 1:2–3)
Desde un punto de vista espiritual, los desiertos son necesarios. Permita que me explique. Cuando nosotros estamos bien, y todo en nuestra vida marcha tranquilo, tendemos a dejar a Dios de lado, a no buscarlo mucho, puesto que «no lo necesitamos». A lo que me refiero cuando digo desierto espiritual, es al tiempo de prueba al que Dios nos somete para probar nuestra fe.
¿Por qué uso la analogía de un desierto? Porque solo en el desierto se vive con lo esencial, puesto que no hay lugar para lo superfluo. Los recursos son escasos, y estos se aprecian grandemente cuando se obtienen. Del mismo modo, cuando pasamos por las pruebas, aprendemos a apreciar lo que Dios nos da, es en un desierto que cambia nuestra perspectiva, ya que lo que dábamos por sentado, ahora apreciamos. Y es durante las pruebas que buscamos a Dios con ahínco, porque es cual oasis de aguas refrescantes en el medio del desierto.
¿Por qué son necesarias las pruebas en nuestras vidas? Para que, como dicen los versículos del encabezado: «sabiendo que la prueba de vuestra fe produce paciencia». Además, es allí donde buscamos oír el silbo apacible que oyó Elías. Algunas veces, en la prueba, Dios nos quita todo, para que solo Él sea lo único a lo que podamos acudir y aferrarnos. No veamos esto como algo malo, puesto que nuestro Señor, antes de comenzar su ministerio, fue llevado por el Espíritu Santo al desierto para ser probado.
Jesús, lleno del Espíritu Santo, volvió del Jordán, y fue llevado por el Espíritu al desierto por cuarenta días, y era tentado por el diablo. Y no comió nada en aquellos días, pasados los cuales, tuvo hambre. (Lucas 4:1–2)
Así que, hermanos, no nos quejemos contra Dios cuando estemos atravesando un desierto de prueba, porque ciertamente es (y será siempre) para nuestro beneficio espiritual.
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