El Dios de todo saber es el Señor, y a él toca el pesar las acciones. (1 Samuel 2:3)
En la caja de un supermercado, delante de mí, una señora ocultó a la cajera algunos productos. Comercialmente hablando, en el momento del balance, la suma del robo aparecerá en la columna de las «pérdidas» del supermercado, para lo cual están preparados. Pero alguien vio lo que esa señora hizo y lo registró, es Dios. Para Él, un robo, sin importar el motivo, siempre será un robo. Él dice en su Palabra: «No hurtarás» (Éxodo 20:15).
Esta persona quedaría completamente sorprendida si se le dijese que más tarde recibirá la factura de lo robado y que tendrá que pagar por lo que hizo, y quien hará el cobro no será el administrador del supermercado, tampoco será la ley del hombre, sino Dios. Sí, porque un día, Dios abrirá los «libros de contabilidad» y hará justicia de manera perfecta. Bien dice su Palabra: «Y vi a los muertos, grandes y pequeños, de pie ante Dios; y los libros fueron abiertos, y otro libro fue abierto, el cual es el libro de la vida; y fueron juzgados los muertos por las cosas que estaban escritas en los libros, según sus obras» (Apocalipsis 20:12–13).
Quizás algunos consideren que ser honesto es ser ingenuo o que «hay que saber robar» para que no lo descubran. Pero Dios no ha cambiado desde el tiempo en que declaró: «no hurtarás». Él conoce todo, desde el más pequeño desvío de la honestidad hasta el fraude a gran escala.
Es muy importante recordar esto: Un día todo saldrá a la luz ante el «que está preparado para juzgar a los vivos y a los muertos» (1 Pedro 4:5). ¿Cómo están nuestras vidas, hermanos? ¿Tenemos alguna cosa oculta que no queremos que salga a la luz? Mis hermanos, pidamos a Dios que nos ayude a llevar vidas íntegras, en las cuales no tengamos que ocultar nada, pues vivimos conforme a la voluntad de Él. Y no pensemos que porque quienes nos rodean no saben lo que hacemos en secreto, la verdad nunca saldrá a la luz.
Y no hay cosa creada que no sea manifiesta en su presencia; antes bien todas las cosas están desnudas y abiertas a los ojos de aquel a quien tenemos que dar cuenta. (Hebreos 4:13).
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