Entonces el Señor dijo a Aarón: No tendrás heredad en su tierra, ni tendrás posesión entre ellos; yo soy tu porción y tu herencia entre los hijos de Israel. (Números 18:20)
Cuando Dios dividió la tierra de Canaán entre las tribus, a la tribu de Leví no le tocó una heredad, sino que vemos que Dios le dijo que Él sería la heredad de ellos. Como seres humanos podemos pensar que eso fue injusto, pero es todo lo contrario, ellos eran los más ricos de todos, los que se quedaron con la mejor parte. Pues ellos fueron más ricos que todos los reinos de la tierra juntos y tuvieron más honra que el mismo Salomón, porque su herencia era Dios mismo. Al igual que ellos, los creyentes tenemos un sacerdocio para Dios, pues dice:
Y nos hizo reyes y sacerdotes para Dios, su Padre; a él sea gloria e imperio por los siglos de los siglos. Amén. (Apocalipsis 1:6)
Al igual que a la tribu de Leví, a nosotros, los creyentes, se nos ha dado la mayor de las heredades posibles, se nos ha dado la porción divina, se nos ha dado a nuestro Señor Jesús, y Dios es nuestra posesión. Decía A. W. Tozer en su libro La búsqueda de Dios:
«El hombre que tiene a Dios por su posesión, tiene todo lo que es necesario tener. Podrá carecer de todos los tesoros materiales, o si los posee, estos no le producirán ningún placer especial. Y si los ve desaparecer, uno tras otro, apenas podrá sentir la pérdida, porque teniendo a Dios tiene la fuente de toda felicidad. No importa cuántas cosas pierda, de hecho no ha perdido nada. Todo lo que posee, es Dios, pura y legítimamente para siempre».
Es por eso que el ejemplo y llamado del Señor fue a despojarnos de las cosas materiales, porque lo que vale es lo que tenemos en el cielo. No obstante, muchas veces estamos tan obsesionados con las cosas pasajeras de esta vida y no logramos ver cuán grande herencia tenemos en nuestras manos. Buscamos llenarnos de las algarrobas de este mundo, siendo que en casa de nuestro Padre hay abundancia de pan.
¡Echemos mano de nuestra herencia en Dios y vivamos con los ojos puestos en la eternidad y no en este mundo podrido que está guardado para el fuego (2 Pedro 3:10)!
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