No hagan nada por orgullo o solo por pelear. Al contrario, hagan todo con humildad, y vean a los demás como mejores a ustedes mismos. (Filipenses 2:3 TLA)
Como creyentes, debemos tener siempre en mente estas palabras dichas por Dios a través del apóstol Pablo. Es importante que nunca las olvidemos, porque como humanos, es muy común que, en la medida que vamos adquiriendo conocimiento, tendemos a envanecernos y a mirar en menos a otros que no saben tanto como nosotros. Sin embargo, el Señor Jesús nos dijo:
El que es el mayor de vosotros, sea vuestro siervo. Porque el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido. (Mateo 23:11–12)
Hacer esto no es fácil, lo fácil es decírselo a otros, pero hacerlo uno mismo, ese es otro cuento, ya que nuestra naturaleza carnal siempre busca enaltecerse y ponerse por sobre los demás. No obstante, todo creyente debe asistir a diario a lo que me gusta llamar como «la escuela de la humildad del Señor», le llamo así, por lo que Él dijo: «aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón» (Mateo 11:29). Sin embargo, cuando actuamos con soberbia, podemos tener la plena certeza de que seremos humillados por Dios, ya que Él aborrece la soberbia y a los que la practican (Proverbios 16:5) y no los dejará sin humillar (Santiago 4:6). De ahí la advertencia de Dios: «Mejor es humillar el espíritu con los humildes que repartir despojos con los soberbios» (Proverbios 16:19).
Como creyentes tenemos el mandato de mirar a los hermanos como superiores, incluso a aquellos que se acaban de convertir, por el hecho de que eso denota obediencia a Dios. Con respecto a los inconversos, el Señor Jesús nos mandó a amar no solo a nuestro prójimo, sino también a nuestros enemigos (Mateo 5:44). Porque si Dios no menosprecia a nadie (Job 36:5), entonces, ¿por qué nosotros habríamos de hacerlo?
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