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Mentiras del diablo




Vosotros sois de vuestro padre el diablo, y los deseos de vuestro padre queréis hacer. Él ha sido homicida desde el principio, y no ha permanecido en la verdad, porque no hay verdad en él. Cuando habla mentira, de suyo habla; porque es mentiroso, y padre de mentira. (Juan 8:44)


Cuenta la historia de la colonización de América del Sur que un colono español cambió su caballo viejo por otro joven y lozano que cabalgaba un pobre indio. Confiando en la supremacía que daba a los europeos el régimen colonial que entonces gobernaba aquellas tierras, el europeo creía que ningún magistrado aceptaría la palabra de un indio en lugar de la suya si el pobre hombre iba a reclamar justicia de algún magistrado. Pero el indio, que era astuto, supo justificar su derecho de la siguiente manera: al entrar en el juzgado, cubrió con su chaqueta la cabeza del caballo, y dijo:

—Señor juez, puedo demostrarle fácilmente que el caballo es mío. Pregunte usted a este caballero de qué ojo está tuerto.

El español, que no se había fijado en este detalle, respondió triunfalmente:

—Del ojo derecho.

Descubrió el indio la cabeza del caballo y tenía los dos ojos iguales.

—Ya lo está viendo, señor juez, el blanco ha mentido, pues no está tuerto de ninguno.

De esta manera se hizo evidente la verdad, sin gran esfuerzo por parte del perjudicado, y el magistrado no pudo hacer otra cosa que administrar justicia.


Satanás, al ser el padre de la mentira, siempre busca engañarnos. Una de sus mentiras más clásicas es hacernos creer que Dios está lejos de nosotros y que no escucha nuestras oraciones. Pero ¿qué dice la Palabra de Dios? El Señor, antes de irse al cielo, dijo: «y he aquí, yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo. Amén» (Mateo 28:20). Esto significa que nunca nos dejará. Además, estamos en la mano del Padre (Juan 10:29) y su Santo Espíritu mora dentro nuestro (1 Corintios 6:19–20). Bajo ningún punto de vista estamos separados de Él.


Por tanto, mis hermanos, cuando el maligno venga con este tipo de mentiras, no debemos ponerle oído, porque nuestro Dios no miente (Números 23:19), y sus promesas son verdaderas, por eso se nos dice que «mantengamos firme, sin fluctuar, la profesión de nuestra esperanza, porque fiel es el que prometió» (Hebreos 10:23).


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