Fuente: La Buena Semilla
Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto. (Mateo 5:48)
Solemos decir que nadie es perfecto. Todos tenemos conciencia de ello. Pero esto no nos autoriza a acomodarnos a los «pequeños pecados» que diariamente tienden a acortar la diferencia entre el bien y el mal.
Al decir Jesús: «Sed perfectos, como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto», no baja el nivel exigido, cualesquiera que sean nuestras debilidades. Entonces, ¿cómo llegar a tal meta? ¿Cómo comparecer delante de Dios con todas nuestras imperfecciones? Algunos piensan que nuestras buenas obras equilibran nuestros malos actos. Es como si quisiéramos justificar un exceso de velocidad en la ruta por el hecho de haber ido despacio el resto del camino.
No, la solución es otra. Jesús perdona nuestras faltas si las reconocemos, entonces nos hace justos delante de Dios. Es él quien nos comunica la nueva vida, una vida perfecta.
Después, a través de su Espíritu y por su Palabra, él conduce al cristiano hacia el bien, lo ayuda a progresar espiritualmente. Y así, en la vida diaria, podremos tender hacia la perfección del Señor Jesús, si estamos ocupados de él.
La vida cristiana es un combate, con sus victorias y derrotas, pero no cedamos al desaliento. Procuremos estimularnos al amor fraternal y a las buenas obras, «exhortándonos; y tanto más, cuanto veis que aquel día se acerca» (Hebreos 10:25). Pronto estaremos con Jesús en el cielo, y allí será la perfección.
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