Ninguno busque su propio bien, sino el del otro. (1 Corintios 10:24)
Dios, en su Palabra, nos manda a vivir de una manera completamente opuesta a lo que el mundo nos enseña. En un mundo donde prevalece el egoísmo y la búsqueda del beneficio propio, donde: «ámate a ti mismo, para que puedas amar a otros», es el lema de vida, la Biblia nos desafía a poner a los demás por encima de nosotros mismos.
¿Por qué? Porque este principio es un reflejo del amor sacrificial de nuestro Señor, quien nos dio el ejemplo máximo de no buscar su propio bien, pues el mismo nos dice en Marcos 10:45: «Porque el Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir, y para dar su vida en rescate por muchos». Este versículo destaca cómo fue la vida de nuestro Señor Jesús mientras vivió en este mundo, la cual fue completamente orientada hacia el beneficio de otros, jamás viviendo para sí mismo, incluso a costa de su propio sufrimiento y muerte. Y bien dice su Palabra:Sed, pues, imitadores de Dios como hijos amados. Y andad en amor, como también Cristo nos amó, y se entregó a sí mismo por nosotros, ofrenda y sacrificio a Dios en olor fragante. (Efesios 5:1–2)
El llamado de Dios para los suyos es a no buscar nuestro propio bien, se refuerza en Filipenses 2:3–4, que dice: «Nada hagáis por contienda o por vanagloria; antes bien con humildad, estimando cada uno a los demás como superiores a él mismo; no mirando cada uno por lo suyo propio, sino cada cual también por lo de los otros». Acá, el Espíritu Santo, nos llama a considerar las necesidades de los demás por encima de las nuestras. Este es un principio que requiere verdadera humildad y un corazón transformado por Dios.
Mis hermanos, reflexionemos hoy sobre nuestras acciones y motivaciones. Preguntémonos: ¿Estamos buscando nuestro propio bien, o estamos dispuestos a poner a los demás en primer lugar, siguiendo el ejemplo del Señor? La vida en Cristo es una vida de servicio, sacrificio y amor abnegado. Que el Espíritu Santo nos guíe cada día para vivir de acuerdo con este llamado divino.
Cada uno de nosotros agrade a su prójimo en lo que es bueno, para edificación. Porque ni aun Cristo se agradó a sí mismo. (Romanos 15:2–3)
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