Lo que a vosotros digo, a todos lo digo: Velad. (Marcos 13:37)
A veces, despertar a un hombre dormido es hacerle un gran favor o incluso salvarle la vida. El dormilón, en efecto, pierde conciencia de su situación y puede quedar expuesto a peligros, por ejemplo, un ladrón puede entrar en su habitación sin que él se dé cuenta; un incendio se puede desatar en su casa y bloquear todas las salidas sin que sea consciente de ello. Eso sin mencionar cuántos accidentes automovilísticos son provocados por el sueño de un conductor que se duerme al volante.
Desde un punto de vista espiritual, la Palabra de Dios nos presenta el sueño como imagen de la inconsciencia del hombre respecto a su estado espiritual. Un enfermo bajo el efecto de un tranquilizante, puede perder toda sensación de dolor y dejar de preocuparse por su enfermedad. De la misma manera, el hombre puede acostumbrarse a vivir en una especie de somnolencia con respecto al presente, engañarse con ilusiones respecto al futuro, y ocultar los grandes problemas de la existencia: el pecado, la muerte y el más allá. De ahí el llamado de Dios al decir: «Despiértate, tú que duermes, y levántate de los muertos, y te alumbrará Cristo» (Efesios 5:14).
También nos habla a los creyentes, para que no nos durmamos, sino a que estemos velando continuamente, ya que estamos en una guerra espiritual (Efesios 6:12). El mandamiento de nuestro Señor es: «Velad y orad, para que no entréis en tentación; el espíritu a la verdad está dispuesto, pero la carne es débil» (Mateo 26:41). De ahí el llamado del apóstol Pablo a los efesios cuando les dijo: «Mirad, pues, con diligencia cómo andéis, no como necios sino como sabios, aprovechando bien el tiempo, porque los días son malos» (Efesios 5:15–16).
Así que, hermanos, no nos durmamos, porque nuestro Señor cuando vuelva nos ha de encontrar velando:
Bienaventurados aquellos siervos a los cuales su señor, cuando venga, halle velando. (Lucas 12:37)
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