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No para la carne, sino por el Espíritu




Vino luego, y los halló durmiendo; y dijo a Pedro: Simón, ¿duermes? ¿No has podido velar una hora? Velad y orad, para que no entréis en tentación; el espíritu a la verdad está dispuesto, pero la carne es débil. (Marcos 14:37–38)


El Señor llevó a los más cercanos a Él a Getsemaní aquella noche donde comenzó la agonía de su muerte. Nuestro Señor sabía lo que vendría y había un gran peso en su corazón. Por esta razón hizo que Pedro, Jacobo y Juan le siguieran. Sin embargo, aquellos tres apóstoles no velaron junto a su Señor, sino que cayeron presa del sueño. Esto lo vemos hoy en día en nuestras vidas como creyentes. Hay tantas cosas que anhelamos hacer para el Señor, pero finalmente no la hacemos, ¿por qué? Porque nos vence la carne. Esta verdad la expresó el Señor en los versos citados arriba, cuando dijo: «el espíritu a la verdad está dispuesto, pero la carne es débil». 


Es cierto que nuestra carne es débil, no obstante, no luchamos solos contra ella, ya que tenemos al Espíritu Santo de nuestra parte. Pablo les decía a los Gálatas: «Porque el deseo de la carne es contra el Espíritu, y el del Espíritu es contra la carne; y estos se oponen entre sí, para que no hagáis lo que quisiereis» (Gálatas 5:17). Esta es la clave, los creyentes no somos guiados por nuestra carne, o por lo menos, es lo que se espera. Quien nos ha de guiar nuestras vidas es el Santo Espíritu de Dios, así lo leemos en su Palabra: «Porque todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, estos son hijos de Dios» (Romanos 8:14).


Ahora, ¿qué pasa si vivimos conforme a los designios de la carne? Nada bueno, porque «los que viven según la carne no pueden agradar a Dios. Porque si vivís conforme a la carne, moriréis; mas si por el Espíritu hacéis morir las obras de la carne, viviréis» (Romanos 8:8,13). He aquí el secreto para trabajar por Cristo, para no dormirnos, para poder estar velando, espiritualmente hablando, la guía del Espíritu Santo. Es por esta razón que debemos pedir a Dios que nos ayude a no vivir para la carne, sino siendo guiados por el Espíritu. 


Así que, no vivamos para la carne, sino por y para Cristo, siendo guiados por el Espíritu Santo, ya que de esta forma podremos vivir vidas de obediencia para nuestro Dios.

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