
Versión en video: https://youtu.be/jQsHVr_mqhE
No os engañéis; Dios no puede ser burlado: pues todo lo que el hombre sembrare, eso también segará. (Gálatas 6:7)
A veces, el ser humano cree que puede manejar el pecado como si fuera un objeto que se toma y se deja a voluntad. Se piensa que se puede ceder a la tentación en ciertos momentos y luego regresar al camino del Señor como si nada hubiera pasado. Sin embargo, la Escritura nos advierte con claridad que el pecado tiene consecuencias, y no podemos jugar con él sin esperar ser afectados.
Un ejemplo impactante de esto en la Biblia es la historia de Dina, la hija de Jacob. En Génesis 34, se nos dice que Dina “salió a ver a las hijas del país” (v.1). A primera vista, esto podría parecer inofensivo, pero hay un trasfondo importante: ella salió del ambiente de su familia, del lugar de protección que Dios había dado a los hijos de Israel, para mezclarse con las mujeres de una tierra pagana. Su decisión aparentemente pequeña la llevó a un desastre, pues fue violada por Siquem, hijo de Hamor. Este evento no solo marcó su vida, sino que también desató una cadena de acontecimientos que trajeron dolor, venganza y destrucción sobre toda la región.
Dina no pudo simplemente “volver” sin consecuencias. Su decisión de explorar un mundo ajeno a los propósitos de Dios la llevó a un sufrimiento que no podía deshacer. Del mismo modo, cuando nos alejamos de los principios de Dios pensando que podemos pecar y luego regresar sin secuelas, estamos jugando con fuego. El pecado deja marcas. Aunque Dios es misericordioso y puede restaurarnos, no podemos evitar las repercusiones de nuestras elecciones.
Este relato nos enseña que no podemos tomar el pecado a la ligera, que es de lo que hablaba ayer. No podemos entrar en el territorio del enemigo esperando salir ilesos. Dios nos llama a andar en santidad, a permanecer en su camino y a no ser seducidos por los placeres temporales del mundo.
Si hoy estamos considerando ceder a una tentación pensando que luego podremos “arreglarlo” con Dios, recordemos la historia de Dina. El pecado siempre cobra un precio más alto del que estamos dispuestos a pagar.
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