¿No sabéis que vuestros cuerpos son miembros de Cristo? ¿… y que no sois vuestros? Porque habéis sido comprados por precio; glorificad, pues, a Dios en vuestro cuerpo. (1 Corintios 6:15, 19-20)
Bruno es cristiano desde hace algún tiempo. Es salvo y vive tranquilo. Tiene un carácter independiente y le gusta hacer sus cosas y organizar su vida como le parece, sin pedir la opinión de nadie. Pero cierta noche, una expresión de la Biblia llamó su atención: «No sois vuestros… habéis sido comprados por precio». Pensativo, Bruno miró el bolígrafo que tenía en la mano. Él había comprado ese bolígrafo, por lo tanto, le pertenecía y podía utilizarlo. Súbitamente, Bruno se dio cuenta de lo que significa la expresión «comprados por precio»: El Señor Jesús lo había comprado y había pagado un precio por él. ¡Y qué precio!: su preciosa sangre, por lo tanto, su propia vida.
Bruno concluyó que él no era dueño de sí mismo, sino que era propiedad de Jesús. A partir de entonces tomó conciencia de que Jesús tiene derecho sobre su vida y sobre todos los detalles de su existencia. Se acostumbró a pedirle su opinión en cada situación. Esto no era una penosa obligación, puesto que Cristo había demostrado su amor al dar su propia vida en la cruz para redimirlo.
Mis hermanos, muchas veces vivimos felices de ser salvos, de tener vida eterna, pero nos olvidamos de esta pertenencia al Señor Jesús. Debido a que fuimos comprados por Dios, debemos escuchar su voz en cada circunstancia, pequeña o grande, seguir las directrices de Cristo en un mundo difícil donde hay que vivir contra la corriente. Pidámosle a Dios que cada día nos dé un mayor sentido y entendimiento de esta pertenencia absoluta que tiene nuestro Dios sobre nosotros, sus hijos.
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