Por tanto, es necesario que con más diligencia atendamos a las cosas que hemos oído, no sea que nos deslicemos. (Hebreos 2:1)
Un entrenador de fútbol americano le preguntaron una vez: «¿Cuánto contribuye el fútbol universitario al bienestar físico de la nación?» —Nada —Contestó el entrenador abruptamente. «¿Por qué no?» —Preguntó el entrevistador sorprendido. —Bueno —Dijo el entrenador —yo lo veo de esta manera: hay 22 hombres en el campo que necesitan desesperadamente un descanso, y hay 40.000 en las gradas que necesitan desesperadamente hacer ejercicio.
En muchas iglesias hoy en día existe una situación similar. Cuando uno compara los miembros que solo asisten con aquellos que participan activamente, por lo general, nos encontramos con una situación muy triste, puesto que no es raro ver a un pequeño grupo de obreros cristianos diligentes luchando «en el campo», mientras que los demás en la congregación actúan como espectadores «sentados en los bancos comiendo perros calientes y palomitas de maíz». Pero lo que la Palabra de Dios nos enseña es otra cosa, por ejemplo, dice:
Y considerémonos unos a otros para estimularnos al amor y a las buenas obras. (Hebreos 10:24)
Aunque cabe señalar que el plan de Dios para lograr sus objetivos no es como un evento deportivo. Y especialmente, no requiere que el trabajo lo realicen únicamente un pequeño grupo de «profesionales», sino que la iglesia en su totalidad trabaje activamente. En «el juego de la vida», todos los creyentes tienen sus propias posiciones y dones espirituales que deben ejercitar «para beneficio de todos» (1 Corintios 12:7), no obstante, muchas veces descuidamos el don que nos dio el Señor, en vez de ejercitarlo en la iglesia local, ya que es más cómodo mirar «desde las gradas».
Amados hermanos, si hemos estado sentados en los bancos, en vez de estar trabajando «en la cancha», ¡levantémonos y pongámonos manos a la obra! Porque bien dijo el Señor: «A la verdad la mies es mucha, mas los obreros pocos. Rogad, pues, al Señor de la mies, que envíe obreros a su mies» (Mateo 9:37–38). Mas no debemos pedir que Dios Padre envíe obreros a su mies para que ellos sean los que hagan el trabajo mientras nos quedamos sentados, sino para que cada uno de nosotros sea uno de aquellos obreros que trabaja en su mies. Y oigamos la voz de Dios que nos dice: Poned, pues, ahora vuestros corazones y vuestros ánimos en buscar a Jehová vuestro Dios; y levantaos, y edificad el santuario de Jehová Dios. (1 Crónicas 22:19)
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