Enséñame a hacer tu voluntad, porque tú eres mi Dios; tu buen espíritu me guíe a tierra de rectitud. (Salmo 143:10)
En nuestra vida cristiana, la obediencia no es simplemente cumplir reglas o seguir normas, sino una respuesta profunda de nuestro amor hacia Dios. El mismo Señor Jesús, dijo: «Si me amáis, guardad mis mandamientos» (Juan 14:15). Por lo tanto, la medida de nuestro amor a Dios, se ve reflejado en cuanto le obedecemos.
Otra característica es que la obediencia a Dios se fundamenta en la confianza y el reconocimiento de su soberanía sobre nosotros. Cuando obedecemos a Dios, estamos diciendo en nuestros corazones que creemos que Él sabe lo que es mejor para nosotros. Esto lo vemos claramente en Proverbios 3:5-6, que dice: «Confía en el Señor con todo tu corazón, no dependas de tu propio entendimiento. Busca su voluntad en todo lo que hagas, y él te mostrará cuál camino tomar» (Versión NTV). Esta promesa está disponible para todo creyente que decida confiar y obedecer a su Señor.
También, la obediencia se manifiesta en pequeñas decisiones y acciones, por ejemplo, decir la verdad cuando sería más fácil mentir, o perdonar cuando el corazón quiere guardar rencor, y amar cuando otros nos han tratado mal. Sin embargo, no siempre es fácil obedecer a Dios, porque nuestro viejo hombre o el mundo nos conducen a la desobediencia. No obstante, Dios nos da su Espíritu Santo para guiarnos y fortalecernos en este camino, para que podamos decir como el apóstol Pablo: «Todo lo puedo en Cristo que me fortalece» (Filipenses 4:13).
Así que, mis hermanos, busquemos obedecer a nuestro Dios, cada día, en todos los aspectos de nuestras vidas. Confiando en que Él tiene el mejor plan para nuestras vidas y que obedecerle es una ganancia para nuestras vidas. Que la obediencia sea nuestra meta y nuestro deleite, sabiendo que en ella encontramos paz, gozo y bendición de parte de nuestro Dios.
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