Bienaventurado el que piensa en el pobre; en el día malo lo librará Jehová. Jehová lo guardará, y le dará vida; será bienaventurado en la tierra, y no lo entregarás a la voluntad de sus enemigos. Jehová lo sustentará sobre el lecho del dolor; mullirás toda su cama en su enfermedad. (Salmos 41:1–3)
Un creyente relató lo siguiente: Mientras conversaba con un amigo que acaba de enterarse de que el cáncer le había regresado, hice un comentario sobre su actitud extraordinariamente optimista. Mi amigo contestó diciendo que el Señor siempre da a su pueblo la fortaleza interior que necesita para enfrentar cada prueba. Y comparó lo que el Señor estaba haciendo en su vida con el propietario de un auto que se asegura de que los neumáticos tengan suficiente presión de aire como para llevar una carga pesada y andar con seguridad sobre las protuberancias de la carretera. Mi amigo espera que el Señor le dé exactamente lo que necesita para enfrentar cada prueba hasta que Dios lo lleve al hogar celestial.
Todo creyente que vive en obediencia al Señor, disfrutan de esa maravillosa seguridad, puesto que sabe que las promesas de Dios son eternas e inalterables.
En los versículos del encabezado, David habla sobre la persona que «piensa en el pobre» es bendecida con la presencia de Dios en medio de la enfermedad. Y en el versículo 12 de este mismo capítulo, dijo: «En cuanto a mí, en mi integridad me has sustentado, y me has hecho estar delante de ti para siempre». ¿Acaso quiso decir que su benignidad e integridad le ganaron el favor de Dios? No, para nada, él estaba claro que necesitaba el perdón de Dios, pues dijo: «Jehová, ten misericordia de mí; sana mi alma, porque contra ti he pecado» (Salmos 41:4).
Lo que quiero decir con todo esto, es que la conducta piadosa para con Dios no nos hace ganar de su favor, sino que nos provee de un goce anticipado del cielo aquí y ahora, asimismo, nos permite disfrutar de la confianza de ser cuidados por nuestro Dios. En otras palabras, cuando obedecemos a Dios, podemos gozar de la paz y seguridad que solo se encuentran en Él. Así que, digamos como David cuando los filisteos lo prendieron en Gat: «En el día que temo, yo en ti confío» (Salmos 56:3).
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