Dice el necio en su corazón: No hay Dios. (Salmo 53:1)
Luego de su vuelo espacial a bordo del Vostok 3 (año 1962), el cosmonauta Andrián Nikoláyev declaró que no había encontrado a Dios, como lo había dicho antes su predecesor Yuri Gagarin. El coronel Gordon Cooper le respondió: «En mis diversos vuelos a bordo del Faith 7 y Gemini 5, tampoco vi con mis ojos al Todopoderoso, pero descubrí algunas de las maravillas que Él creó. Sentí la presencia de mi Dios junto a mí, a mi lado, como lo está permanentemente. Constaté que tenía tanta necesidad de Dios a 250 km por encima de nuestro planeta como cada día andando sobre Él».
En julio de 1969, en el vuelo del Apolo 11, Neil Armstrong, el primer hombre que puso el pie sobre la luna, leyó el Salmo 8: «¡Oh Señor, Señor nuestro, cuán glorioso es tu nombre en toda la tierra! … Cuando veo tus cielos, obra de tus dedos, la luna y las estrellas que tú formaste, digo: ¿Qué es el hombre, para que tengas de él memoria?» (Salmo 8:1, 3-4). Pero que paradójico es que Dios nos ha dejado tanta evidencia de su mano creadora en el mundo que nos rodea y el hombre sin Dios se niega a reconocer la «firma» del autor de todas las cosas. Bien dice en su Palabra:
Porque lo que de Dios se conoce les es manifiesto, pues Dios se lo manifestó. Porque las cosas invisibles de él, su eterno poder y deidad, se hacen claramente visibles desde la creación del mundo, siendo entendidas por medio de las cosas hechas, de modo que no tienen excusa. (Romanos 1:19–20)
Si nos preguntamos, ¿qué es el hombre? «Un ínfimo átomo perdido en el desmesurado cosmos», dijo Jean Rostand. Sin embargo, la Palabra de Dios nos dice algo diferente, pues nos habla de que fuimos creados a imagen del Creador, que Él supervisó nuestro desarrollo en el vientre de nuestras madres, y lo más importante, que nos ama y se reveló en la persona de Jesucristo. Es más, nos dice la Biblia que a todos los que reciben a Jesús como su Salvador, «les dio potestad de ser hechos hijos de Dios» (Juan 1:12). Podemos tratar de negar todo esto, pero lo cierto es que «de él, y por él, y para él, son todas las cosas. A él sea la gloria por los siglos» (Romanos 11:36).
Demos gracias a Dios por la obra maravillosa de amor que hizo en su Hijo Jesús.
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