La cordura del hombre detiene su furor, y su honra es pasar por alto la ofensa. (Proverbios 19:11)
Un hombre de Michigan tuvo una idea para sacar el tocón (parte del tronco de un árbol que queda unida a la raíz cuando lo cortan por el pie) de un árbol del patio de un amigo. Decidió usar un poco de dinamita que había acumulado en su casa. Luego de hablar con su amigo, logró su cometido. El problema es que la explosión convirtió el tocón en un proyectil que recorrió unos 50 metros antes de chocar con el techo de un vecino. El tocón abrió un agujero de 1 metro en el techo, rompió los pares y se introdujo por el techo en el comedor de aquella casa.
Si somos honestos, cada uno de nosotros, podemos identificarnos con el que usó la dinamita. Me explico, todos hemos usado palabras explosivas y hemos hecho cosas explosivas para tratar de resolver problemas, lo cual solo ha empeorado las cosas, básicamente hemos echado gasolina al fuego con nuestras palabras. Es cierto que a veces logramos nuestro objetivo, pero hacemos mucho daño en el proceso. Esto lo único que deja entrever es nuestra falta de sabiduría, tal como dice en Proverbios:
Hay hombres cuyas palabras son como golpes de espada; mas la lengua de los sabios es medicina. (Proverbios 12:18)
No somos los primeros en dejar que nuestra boca nos meta en problemas. Eso también les sucedió a las personas de la Biblia. Por ejemplo, Moisés, se dejó llevar por su enojo para con los murmuradores que había entre sus seguidores (Números 20:10), y en vezde hablar a la roca para obtener agua, como el Señor le había instruido que hiciera, la golpeó dos veces (v. 11). Es cierto que obtuvo el agua de la roca, no obstante, Moisés había desobedecido a Dios, y por eso es que Dios le dijo que no podía entrar en la tierra prometida (V.12).
La ira, y sobre todo la lengua manejada por la primera, es igual que la dinamita, esto es, explosiva y destructiva. Y a menos que se maneje con sabiduría y dominio propio provistos por Dios, puede hacer mucho daño. De ahí que sea necesario aprender a ser mansos y humildes de corazón (Mateo 11:29), a que cada día pidamos sabiduría a Dios (Santiago 1:5), pero principalmente, pidamos por el control de nuestra boca: «Pon guarda a mi boca, oh Jehová; guarda la puerta de mis labios. No dejes que se incline mi corazón a cosa mala, a hacer obras impías con los que hacen iniquidad; y no coma yo de sus deleites» (Salmos 141:3–4).
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