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Perder para ganar



Pero esto digo: El que siembra escasamente, también segará escasamente; y el que siembra generosamente, generosamente también segará. (2 Corintios 9:6)


Un hermano, David H. Roper, comentó una vez lo siguiente: «En la finca de mi padre, había ciertos campos que él sembraba a mano. Se amarraba una bolsa de lona que más bien parecía una bolsa de canguro, la llenaba de semillas, y salía a sembrar. Tiraba las semillas por todas partes».


Cuando un agricultor siembra semillas en su campo, pareciera que las estuviera botando. Da la impresión de que se pierde más de lo que se consigue, pero en realidad no es así. A su tiempo se recupera lo invertido, y por mucho. Tal como en la parábola del sembrador que relató el Señor, cuando la semilla —una única semilla— caía en buen terreno, podía dar 30, 60 e incluso 100 semillas por una sola sembrada (Mateo 13:8).


Del mismo modo, cuando los creyentes nos damos a Cristo, puede parecer —para algunas personas— que estamos desperdiciando o botando nuestras vidas. Pero Él dijo: «Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz, y sígame. Porque todo el que quiera salvar su vida, la perderá; y todo el que pierda su vida por causa de mí, la hallará» (Mateo 16:24–25). Por lo tanto, el Señor Jesús nos enseña a medir nuestras ganancias espirituales con base en las pérdidas materiales. A sus ojos, las ganancias se miden por los sacrificios y no por la acumulación de bienes, por el tiempo que empleamos en los demás, por ejemplo, y no en el que usamos en nosotros mismos; por el amor que damos y no por el que recibimos; pues tal como dijo el mismo Señor: «Más bienaventurado es dar que recibir» (Hechos 20:35). Esta es una regla de vida: Dios bendice a aquellos que dan sus vidas y recursos (2 Corintios 9:6). Por ejemplo, si no ponemos límites a nuestro amor, tendremos más amor para dar a los demás que antes. Bien dice su Palabra en Proverbios:


Hay quienes reparten, y les es añadido más; y hay quienes retienen más de lo que es justo, pero vienen a pobreza. El alma generosa será prosperada; y el que saciare, él también será saciado. (Proverbios 11:24–25)


Entonces, hermanos, por más paradójico que parezca esta regla divina, es lo que Dios nos dice y, por tanto, es sabio de nuestra parte hacer caso de ello, si es que queremos hacer tesoros en los cielos.


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