En ti, oh Señor, he confiado; no sea yo confundido jamás; líbrame en tu justicia. Inclina a mí tu oído, líbrame pronto; sé tú mi roca fuerte, y fortaleza para salvarme. (Salmo 31:1–2)
En la Biblia, David es un ejemplo notable de alguien que confía en Dios. En los salmos describe sus experiencias con Dios. Por ejemplo, dijo: «El Señor es mi fortaleza y mi escudo; en él confió mi corazón, y fui ayudado, por lo que se gozó mi corazón, y con mi cántico le alabaré» (Salmo 28:7). Y también: «Mas yo en ti confío, oh Señor; digo: Tú eres mi Dios. En tu mano están mis tiempos» (Salmo 31:14–15).
Ahora, ¿cómo manifestamos diariamente nuestra confianza en Dios? Primeramente, creyendo lo que Él nos dice en la Biblia. Todos podemos constatar la sabiduría con la que la Palabra de Dios dice la verdad sobre todos los interrogantes que surgen en nuestro espíritu. ¡Qué fuente de paz cuando nuestra vida está basada en una plena confianza en el plan de Dios, en sus promesas y sus liberaciones!
Otra forma de confiar en Dios, es poniendo nuestra confianza en su amor. Dios nos amó más allá de toda medida cuando entregó a su Hijo, el Señor Jesús, para que muriera en la cruz por nuestros pecados. Lo hizo para salvarnos de la condenación eterna y para hacer de nosotros sus hijos, dándonos entrada en su reino.
Hoy Dios nos ama con el mismo amor. No importa cuáles sean las circunstancias de nuestra vida, Él siempre desea nuestro bien, pues somos sus hijos. Es un Padre lleno de bondad, aun cuando a veces no comprendemos por qué permite que pasemos por momentos difíciles. Si confiamos en el amor de Dios, su paz reinará en nuestro corazón, tal como decía David:
Esperanza mía, y castillo mío; mi Dios, en quien confiaré. (Salmo 91:2)
¿Estamos confiando plenamente en nuestro buen Dios?
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