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¿Por qué perdemos el gozo?



El pecado corrompe nuestros cuerpos, porque nos daña, y hace que nos volvamos esclavos de él (Juan 8:34). Mientras que el corazón que se goza en su Señor, es como una medicina maravillosa. La Biblia dice: «El gozo de Dios es vuestra fortaleza» (Nehemías 8:10). Por tanto, al haber sido redimidos por Dios, deberíamos ser los seres más gozosos del universo. El gozo, además de ser un mandamiento de Dios (1 Tesalonicenses 5:16), también es un fruto del Espíritu Santo que mora dentro nuestro:


Mas el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza; contra tales cosas no hay ley. (Gálatas 5:22–23)


Frente a la pregunta del título, podríamos decir que cuando nosotros ponemos distancia en nuestra comunión con Dios, debido a nuestros pecados (Isaías 59:2), perdemos ese gozo o no logramos disfrutarlo a cabalidad, y además, corremos el riesgo de volvernos irritables y difíciles de tratar si es que esta distancia se mantiene en el tiempo, ya que aflora todo nuestro viejo hombre. Pero ¿por qué nos pasa esto? Porque no mantenemos una comunión íntima con el Señor, puesto que es Él quien nos provee de este gozo, aun en medio de las tribulaciones, así como decía el apóstol Pablo:


Por lo cual, por amor a Cristo me gozo en las debilidades, en afrentas, en necesidades, en persecuciones, en angustias; porque cuando soy débil, entonces soy fuerte. (2 Corintios 12:10)


Si no estamos buscando constantemente una comunión íntima con nuestro Señor, el gozo irá decreciendo, porque en vez de mirar al Cristo y al cielo, nos centraremos en mirarnos a nosotros mismos y nuestras circunstancias. ¿Es eso lo que queremos para nuestras vidas?


Entonces, mis hermanos, para poder disfrutar de una rica e íntima comunión con Dios: Lo primero es no  ocultar nuestros pecados, sino lo opuesto, confesarlos (1 Juan 1:9), para que no haya obstáculos en nuestra relación con Dios. Y lo segundo es buscar a Dios desde temprano, tal como decía David: 


Oh Jehová, de mañana oirás mi voz; de mañana me presentaré delante de ti, y esperaré. (Salmos 5:3)

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