Vi a los muertos, grandes y pequeños, de pie ante Dios; y los libros fueron abiertos… y fueron juzgados los muertos por las cosas que estaban escritas en los libros, según sus obras. Y el mar entregó los muertos que había en él; y la muerte y el Hades entregaron los muertos que había en ellos; y fueron juzgados cada uno según sus obras. (Apocalipsis 20:12–13)
En términos legales, el término prescribir, hace alusión al período más allá del cual una acción legal, civil, penal o tributaria, ya no es admisible, es decir, ya no es válido. Y en las leyes de algunos países existe el plazo de prescripción. Los plazos de prescripción de las leyes son muy variables y van desde uno hasta treinta años. Eso quiere decir que, en materia penal, muchas infracciones o delitos no son y nunca serán juzgados por los hombres debido al tiempo transcurrido.
Sin embargo, con respecto a las leyes divinas, eso no pasa. Dios nos dice en su Palabra que Él no actúa así. En la Biblia encontramos lo siguiente: «Dios traerá toda obra a juicio, juntamente con toda cosa encubierta, sea buena o sea mala» (Eclesiastés 12:14). En otras palabras, frente a la justicia divina, ni siquiera la muerte podrá anular la acción del juicio divino. El versículo del encabezado nos lo prueba. Dios tiene registro de todo lo que hemos hecho, y son aquellas acciones por las cuales seremos juzgados.
Aunque no solo nuestras obras serán juzgadas, sino también nuestras palabras, ya que dice: «De toda palabra ociosa que hablen los hombres, de ella darán cuenta en el día del juicio» (Mateo 12:36). Y lo mismo pasa con nuestros pensamientos, puesto que el Señor dijo: «Nada hay oculto, que no haya de ser manifestado; ni escondido, que no haya de ser conocido, y de salir a luz» (Lucas 8:17). Y el apóstol Pablo le decía a los romanos: «Dios juzgará por Jesucristo los secretos de los hombres, conforme a mi evangelio» (Romanos 2:16).
Dios no nos engaña haciéndonos creer que nuestras faltas pueden quedar impunes. Entonces, ¿cómo nos podemos deshacer de nuestras culpas? El Hijo de Dios, Jesucristo, quiso cargar con nuestros pecados, como si Él los hubiese cometido, y sufrir en nuestro lugar el castigo que nosotros merecíamos. Bien dice en Isaías 53:5 que «el castigo de nuestra paz fue sobre él, y por su llaga fuimos nosotros curados». Todo aquel que cree en la salvación que consumó el Señor en la cruz, es liberado de la culpa de su pecado. Sin embargo, para todo el que rehúsa creer en el Señor Jesucristo, «la ira de Dios está sobre él» (Juan 3:36), sin prescripción.
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