
Y si mal os parece servir a Jehová, escogeos hoy a quién sirváis; si a los dioses a quienes sirvieron vuestros padres, cuando estuvieron al otro lado del río, o a los dioses de los amorreos en cuya tierra habitáis; pero yo y mi casa serviremos a Jehová. (Josué 24:15)
Todos nosotros tenemos momentos en que nos gustaría ser completamente libres para hacer lo que queramos. Anhelamos deshacernos de las circunstancias que nos restringen. Pero la libertad total o la independencia completa no son nunca una opción para nosotros, los creyentes. Tenemos que recordar las palabras del apóstol Pablo a los corintios: «Todas las cosas me son lícitas, mas no todas convienen; todas las cosas me son lícitas, mas yo no me dejaré dominar de ninguna» (1 Corintios 6:12). Si bien por un lado es cierto que hemos sido hechos verdaderamente libres en Cristo (Juan 8:36), no obstante, no podemos olvidar que la Biblia nos dice: «¿O ignoráis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, el cual está en vosotros, el cual tenéis de Dios, y que no sois vuestros? [énfasis añadido]» (1 Corintios 6:19). Y por el hecho de tener al Espíritu Santo dentro nuestro, ya no podemos hacer lo que queramos:
Porque el deseo de la carne es contra el Espíritu, y el del Espíritu es contra la carne; y éstos se oponen entre sí, para que no hagáis lo que quisiereis. (Gálatas 5:17)
Pero de todas formas, Dios no nos obliga a hacer su voluntad; si bien nos manda a obedecerle y cumplir con sus mandamientos, no nos obliga a ello, ya que es una decisión particular de cada creyente, con sus correspondientes consecuencias, claro (ver Gálatas 6:7–8). Lo que Dios hace con nosotros es como lo que le dijo Josué al pueblo en el versículo del encabezado: «… escogeos hoy a quién sirváis». La decisión es nuestra. De todo corazón, Dios desea que digamos así como Josué: «pero yo y mi casa serviremos a Jehová»; no obstante, no nos fuerza a ello. Él desea que lo hagamos por amor; porque recordemos que obedecer a Dios es una manifestación del amor que le tenemos, así lo dijo el Señor:
El que me ama, mi palabra guardará; y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada con él. El que no me ama, no guarda mis palabras; y la palabra que habéis oído no es mía, sino del Padre que me envió. (Juan 14:23–24)
Entonces, ¿qué escogeremos?
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