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¿Qué tesoro buscamos?



No os hagáis tesoros en la tierra, donde la polilla y el orín corrompen, y donde ladrones minan y hurtan; sino haceos tesoros en el cielo… donde ladrones no minan ni hurtan. Porque donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón. (Mateo 6:19–21)


Un escritor cristiano contó que él quería ser campeón de tenis de su escuela. Se sintió muy orgulloso el día que puso su trofeo de mejor tenista en la vitrina de la universidad. Años más tarde alguien se lo envió por correo. Lo había encontrado en la basura cuando se remodeló el edificio. Entonces él concluyó: «¡Tarde o temprano, todos nuestros trofeos serán echados a la basura por alguien!» Los récords terminan siendo batidos, y la celebridad va desapareciendo poco a poco. Dios nos invita a poner la mira en las cosas de arriba (Colosenses 3:2) y a invertir para la eternidad. Cristo nos dice que acumulemos tesoros en el cielo (Mateo 6:19–20), pues tienen un valor eterno. Escuchemos su consejo.


¿Existe un tesoro inalterable? ¡Por supuesto que sí! El tesoro más precioso que se puede poseer es «la dádiva de Dios… vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro» (Romanos 6:23). El don divino, una gracia totalmente inmerecida, porque estábamos lejos de Dios, moralmente muertos a causa de nuestros pecados. Ese es el mayor tesoro que gozamos los creyentes en Cristo.


Acumular tesoros en el cielo también implica vivir cada día con la certeza de que Dios tiene un porvenir eterno para cada uno de nosotros. Es un lugar con Cristo, quien murió y resucitó, quien está en el cielo a la diestra de Dios. Lo más hermoso de todo, es que el que cree en el Señor Jesús posee esta herencia que nadie le puede quitar. Además, tiene la recompensa personal prometida a todos los que hayan cumplido fielmente el servicio que Dios les confía en la tierra (1 Corintios 3:14).


Hermanos, ¿qué tesoro estamos buscando? ¿Los perecederos o los eternos?


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